Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

jueves, octubre 06, 2005

Tristezas de mentira (y II)


Ayer por la tarde, como tantos otros días, subí a un tren de cercanías abarrotado para regresar a casa. También como muchos días, aproveché la calle Martí Pujol, que tengo que recorrer entera caminando para llegar a la estación, para hacer las llamadas que tenía pendientes, así que pasé el molinete y subí al tren todavía con el móvil pegado a la oreja. Me senté junto a la ventana, acomodé el bolso pegado a mi cadera, guardé el teléfono y saqué un libro. Entonces, un argentino moreno con una guitarra y pelo alborotado alrededor de la cabeza, comenzó a cantar una canción de Serrat.

Frente a mí, se sentaba un chico de pelo muy corto y piel muy suave. Su ceja derecha se interrumpía con un piercing, y en las uñas tenía diminutos restos blaquecinos de yeso reciente, esa pátina envejecida que toman las manos cuando se está todo el día tocando materiales ásperos. Me sonríe, cómplice y con una sonrisa pequeña, cuando Mediterráneo acaba, y el cantante da a elegir a los pasajeros entre algo de Sabina o algo de Calamaro para continuar el recital. Pero al chico los ojos se le anegan cuando comienzan a llenar el vagón las primeras frases de Nos sobran los motivos. Lo miro, descarada y sin disimular, sorprendida y admirada por ese arranque de emoción. Él, levanta la cabeza, mira hacia arriba, lucha con sus propias lágrimas, que se enredan con sus pestañas oscuras y pugnan por escaparse. Me imagino el nudo que tiene en la garganta, y miles de preguntas mudas se agolpan tras mis pupilas de periodista. Una ternura inusitada me invade, proyectada toda hacia ese desconocido de rostro apacible, ojos intensos, que llora solo en un tren, agarrado a una mochila.

Por eso, porque me enamoro de los detalles y me decepciono con los conjuntos, porque me invento historias ajenas para sentirme especial, porque mis días se iluminan con una canción que me agita por dentro, convirtiendo mis entrañas en un cóctel, un batiburrillo de colores mezclados... por eso mismo, me salen historias tristes, y aunque esté contenta, siempre se agolpa en mis letras la pesadumbre.

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