Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

viernes, octubre 07, 2005

Ensayo en torno al café con leche


NOTA INTRODUCTORIA: Siendo aparentemente dos conceptos sencillos y dos entes físicos fácilmente asociables en un recipiente, un ensayo (aunque sea breve, escrito rápidamente y muy poco exhaustivo) puede parecer innecesario. Pero el adverbio "aparentemente" y la perífrasis "puede parecer" ya traslucen una intención más o menos funesta de hablar del tema, ¿no? Allá voy.

El café con leche en mi trabajo es una aventura diaria, por ejemplo. Durante un tiempo, tuvimos en la redacción una estupenda máquina que funcionaba con cápsulas plásticas individuales llenas de café molido de alta calidad (y con diferentes variedades que probábamos con deleite y expresión concentrada, cual sibaritas del café). Con un solo movimiento de palanca hacía un espresso ciertamente aceptable. Como vino a sustituir a una cochambrosa y antediluviana cafetera americana de filtro (a la que tenía que hacérsele el análisis del carbono-14 para determinar su edad) fue un cambio realmente glorioso. Día tras día, hacíamos cola con nuestra taza en la cafetera, satisfechos con la comodidad de la maquinita y sus evidentes ventajas. Sin embargo, los caprichos se pagan, y por cada café, una moneda de 50 céntimos de euro se trasladaba desde nuestros monederos a una hucha. Con eso, pagábamos los ingentes pedidos de capsulitas, cucharillas y vasitos (para las visitas, que además no pagaban). Pero a finales de mes, sieeeempre faltaba dinero en la hucha y no podía cubrirse el importe del pedido. Además, las capsulitas usadas se acumulaban en un depósito interno que todo el mundo olvidaba vaciar, y los restos de café se secaban en el soporte de los vasos. Digamos que la prosaica realidad vino a puerquear nuestro sueño de cafetólogos.

Y un día infame, regresamos a la cafetera americana, tras un breve período en que Uri bajaba al bar de abajo (al Iglú, para más señas, que tiene un soberbio camarero de ojos turquesa que ya merece por sí mismo una visita, entre otros actos de reverencia que mencionaré en post aparte) con una caja-bandejita y subía unos cortaditos en vaso de vidrio, con sus cucharitas y sus sobrecitos de azúcar. Y claro, eso significaba 1 euro que resentía nuestros bolsillos cada mañana, así que esa época duró poquito. El día menos pensado, me armé de fairy y vileda, y estoica como pocas, me dediqué a arrancar los posos de café secos y mugrientos de la jarra que un día fue transparente. No es que de repente brotara de aquél trasto un café bueno, pero tras unos lavados con agua hirviendo y vinagre, pareció que la cal del agua depositada tras siglos de uso comenzaba a ceder, y al final, sacamos de ella un líquido oscuro que podría llamarse, sin faltar del todo a la verdad: CAFÉ. Y lo más importante: 1 euro al mes por persona consumidora del bebedizo nos abastecía de filtros, azúcar, café molido y leche en polvo. Y lo mejor, sin límite de unidades per cápita y día, cosa muy positiva para alguien que, como yo, está todo el día enclaustrada entre estas cuatro paredes pintadas de enfermizo color salmón.

Y bue, el café con leche me gusta, cuando hace un ratito que estoy sentada en el escritorio. Con croissant, con donut, con lo que sea, pero sobre todo, con un alfajor de los blancos (tal delicia merecerá un post en un futuro cercano, dedicado a ti/vos, señor Naniel Ucl). A partir del pasado lunes (día en que comencé, por fin, a estructurar y organizar mi vida), soy la encargada de limpiar la jarra de la cafetera y hacer café. He aprendido que si controlo las variables durante el proceso, es más probable que el resultado me satisfaga. El problema son los medios, claro, como en casi todo lo que afecta a esta santa casa. La nevera que nos tocó en suerte cuando dios repartió las albricias y los dones no funciona demasiado bien. Como viene directamente a nosotros desde los períodos glaciares, congela las cosas. La leche cortada y granizada es mucho más de lo que uno humildemente pide para aderezar el café. Así que cuando comenzamos a ser inmunes a la salmonella y a desarrollar un cierto aire de lactantes alienígenas, la compramos en polvo, para deshabituar el organismo. Ahora es más sencillo obtener un café con leche normal, si aprendes a luchar contra los grumos.

Me gusta el café con mucho azúcar, en cualquiera de sus versiones. Y odio los edulcorantes, la sacarina y todas las pildoritas de esa especie. El azúcar, no obstante, debe almacenarse bien, en un lugar sin humedad y que no atraiga insectos, para que no acabe lleno de detritus o totalmente compacto. Y eso, es lo que pasa cuando se guarda en su propio envase de papel, y todo el mundo pone las cucharillas dentro (a veces húmedas, a veces no). Voy a ahorrarme los detalles inmundos, pero la conclusión final es que no deja de ser complicado poder tomar una taza de café con leche en condiciones aceptables de salubridad y sabor que me suba mi (hipo)tensión... pero casi siempre lo consigo. ¿Sr.Starbucks, sería mi esclavo diez minutos diarios durante el resto de mi vida laboral? Son 41 años de nada, suponiendo que no se retrase la edad de jubilación.


1 comentarios:

A las 23/2/12 21:35 , Anonymous Anónimo ha dicho...

jaja, estas demente, pero me parecen interesantes tus publicaciones :)

 

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