Colorines
Cuando era niña, odiaba el color rojo. Me ofendía profundamente a la vista. En cambio, mi hermano, un nene hiperactivo, incontrolable, prefería el rojo antes que a cualquier otro color, y pedía insistentemente que pintaran su habitación de rojo sangre.
Yo era una nena tranquila y reflexiva, flaca y pálida, y me gustaba leer y pintar. Mi tono favorito era el amarillo. Un dibujo sin amarillo me parecía el summum de lo soso y apagado. El amarillo añadía vida a cualquier cosa. Tampoco entendía como a la gente le podía gustar vestir de negro, gris o marrón, habiendo combinaciones tan deliciosas como el rosa bebé y el verde pistacho. Me comprometí, a los seis años, a nunca vestirme con colores feos. Hice una lista con los colores que habría en mi guardarropa, y con los estrictamente prohibidos: negro, rojo, marrón, beige, gris y azul marino.
Hoy, un lunes medio nublado, casi veinte años después, llevo un vestido negro y un abrigo rojo. No soy lo que a los seis años imaginé que sería a los veinticinco, pero se acerca bastante. Lástima del color.
3 comentarios:
bueno, en realidad sumaste colores y no restaste actitud, creo que es mejor de lo que te imaginaste e incluso de lo que esperabas! Al menos visto desde acá.
Y puede ser... sumar colores seguro. Pero actitud... creo que cambió enterita. No me imaginaba que llegaría a ser tan mala.
ahhh! pero eso no se vislumbra en el post
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