Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

viernes, octubre 07, 2005

Benditos alfajores (Líbranos de su escasez)


La primera vez que comí alfajores fue en Buenos Aires, claro. Concretamente, el día 2 de octubre de 2004. Concretamente, a las 13 h, en un taxi que me llevaba desde el hotel Park Central Kempinski a la calle Godoy Cruz, 3046, chez Ribichini. Antes de explicar por qué los probé justamente en un taxi, creo que es importante hablar de los taxistas porteños.

Estuve dos veces durante una semana en Buenos Aires, y tomé, más o menos, unos 20 taxis diferentes. En años diferentes, meses diferentes y horas diferentes. Y nunca, nunca, nunca, me pasó lo que a veces pasa en Madrid, Barcelona, Londres, Roma o cualquier otra ciudad: que el taxista se quede callado. Eso, cuando visitas una ciudad nueva que te está enamorando locamente y además eres una persona locuaz, es una cualidad formidable. En otras condiciones, no creo que resulte muy agradable, y me viene a la mente un viaje con Martín desde la Recoleta hasta Talcahuano (entre Juncal y Arenales). Che, no se callaba, eh?

Los taxistas porteños, además, pueden hablarte de cualquier cosa. Uno de ellos me explicó en diez minutos (con una capacidad de síntesis admirable, y sin embargo, con todo lujo de detalles) los últimos 200 años de historia argentina. Otro, me habló sin cesar de las cualidades de los varones porteños (Alejandro, hubiera tenido que grabarlo para comparar), otro me contó de los problemas económicos post-corralito, otro intentó quedar conmigo y aún otro me estuvo explicando por qué Messi era mejor que otro del cual no recuerdo el nombre. Pero sin duda, el mejor de todos ellos, fue un señor de cara grande, poco pelo y camisa de cuadros, que me explicó cómo eran los alfajores. Era mi segundo día en la Argentina, y lo miraba todo con ojos grandes. La noche anterior, Martín y Daniel me llevaron de paseo, y comimos en Pérsicco algo riquísimo, pero la verdad es que nunca había oido hablar de los alfajores. Es más, aquí hay algo con el mismo nombre pero que viene en las cajas de polvorones en Navidad, con forma ovalada y un sabor que me repugna. El taxista, al que llamaremos Rafael porque tenía cara de llamarse Rafael, se asombró de que no sólo no los hubiera probado, sino que tampoco sabía lo que eran. Me preguntó si podía parar un segundo en una gasolinera. Yo pensaba que iba a repostar, pero me trajo un alfajor. Envuelto en papel plateado.

Me emocionó tanto, que me lo quería guardar. Pero una siempre fue golosa, y el viaje por Libertadores se alargaba... no podía creer lo bueno que estaba, y ahí comenzó mi adicción y mi largo periplo por clínicas de desintoxicación de todo el mundo. Necesito un alfajor diario para tener felicidad plena. Este año, compré en Buenos Aires tres cajas de Havanna (de las mixtas de 24). De eso hace apenas un mes, y las existencias ya se han agotado. Al borde de la depresión estaba, cuando llegó el señor Ayala de su viaje (ayer) y me regaló una cajita, que ahora adorna mi escritorio y que escondo cuando entra alguien...

Nota final: Los alfajores son pastas. Eso en primer lugar, y para los no iniciados. Son redondos y blandos, de unos siete centímetros de diamétro y unos dos de grosor. Están hechos de dos redondelillos de bizcocho, entre los que se encuentra el dulce de leche (mmmmmmmmm). Y ese sandwich, se recubre de chocolate o de merengue (en mis versiones favoritas). ¡Cómo explicar lo que es esa delicia sin alcanzar un orgasmo gustativo!

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