Claro que podría ser peor.
Podría haber tropezado en el andén justo cuando venía el tren, y haberme caído a la vía. Podría haberse enganchado el borde roto de los pantalones en la escalera mecánica y haberme quedado medio desnuda en la estación, o peor, quedarme irremediablemente atrapada en el mecanismo sufriendo amputaciones varias. Podría haberme olvidado el telefonino, la cartera y las llaves en casa, con lo que no podría entrar, llamar para pedir auxilio ni tampoco ir a trabajar sin la tarjeta de transporte, y me quedaría pidiendo limosna en la calle para poder tomar el metro. Podría habérseme llevado un golpe de viento huracanado, y quedarme enganchada en una antena de móvil, que además a la larga me provocaría múltiples tumores y deformaciones. O peor, podría haberme quedado enganchada en la torre de Collserola, con el frío que hace, provocando interferencias a todas las televisiones de la ciudad.
En lugar de cualquiera de estas desastrosas hipótesis, simplemente se rompió el tacón de mi bota derecha. Claro, podría ser peor. Me di cuenta cuando bajaba las escaleras de la estación de renfe. En lugar de cloc, mi tacón hacía clic. Así que me paré y miré. Horreur, el tacón (uno de esos tacones carrete, bajos y finitos). El interfecto había osado romperse por la mitad, y según como pisaba, se desplazaba lateralmente, dejando ver la varilla de metal que tienen dentro los tacones y desequilibrándome. Je, yo que siempre tropiezo con todo, incluso con los relieves que tienen las aceras, pensé que era mi torpeza la que me hacía trastabillar a cada paso. Pero supongo que podrían pasarme cosas peores que un tacón roto justo el día en que todo parecía salir perfecto y llegaba puntual al trabajo. Así que me di la vuelta con resignación, tras quedarme un minuto pensando de pie en la acera, con cara de desconsuelo y el teléfono en la mano, sin saber muy bien si llamar a los bomberos, a mi mamá o al trabajo. Volví a casa a cambiarme los zapatos, cojeando al intentar no descargar el peso de mi cuerpo serrano sobre el maltrecho tacón. Me puse unos zapatos bajos y con suela fina, a pesar del frío que hace hoy en Barcelona, porque mis otras botas son como altos andamios, muy poco apropiadas para ir a trabajar (véanse imágenes arriba: pues sí, de ese estilo), y volví a hacer toooodo el camino hacia Badalona (que esta mañana ha incluido otros percances cotidianos, como estar quince minutos parados en un túnel sin que nadie explique nada o no poder sentarme en todo el trayecto). Conclusión del día: mi parque de calzado se está reduciendo drásticamente, necesito una tarde de compras con crédito ilimitado o una mamá Imelda muy generosa. Pero bueno, podría ser mucho peor.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio