Tiempo de cucarachas
No estoy segura de por qué, pero llega un día, mediado mayo, en que las cucarachas (americanas, rojas, planas, repugnantes) aparecen y ocupan, en pequeñas multitudes, unos metros de la acera que va desde mi casa hasta la entrada del metro, justo frente a la peletería, la joyería, y la tienda de muebles de cocina más preciosa del mundo. Nocturnas, alevosas e inspiradoras de intenso asco, se mueven con rapidez y se esconden en los rincones más diminutos. Comienza la época de las cucarachas.
Por la mañana tempranito (más de lo que yo quisiera, pero menos de lo que quisiera mi jefe) paso por allí con el pelo todavía húmedo y los ojos medio pegados, dando saltitos y esquivando sus cuerpecillos crujientes e infectos, temiendo que un día una esté más viva de lo que parece, se dé la vuelta y trepe por mi sandalia, causándome una parálisis instantánea, o lo que es peor, un ataque de histeria que me haga chillar y sacudir la pierna de un modo totalmente indecoroso para esas horas de la mañana. Creo que no me sentiré segura hasta que un día salga hacia el trabajo con el letal spray de cucal dentro de mi bolso de verano, preparada para el exterminio masivo.
Tengo pesadillas con insectos muchas, muchas veces. Odio irracionalmente a la mayoría de insectos. Me dan asco, miedo, repulsión instantánea y más cosas. Tal vez por eso me gusta que en mi terraza viva una pequeña familia de lagartijas, con su hijito minúsculo. Se los comen y me encanta verlos gordos y lustrosos las noches de verano. Son mis guardaespaldas. Aunque lo cierto es que aprender a vivir sola es una infiltración de coraje directamente en vena. Me doy cuenta cada vez que, al enfrentarme a un bicho de más de un centímetro de grande, me cuesta menos no saltar de espanto, y me resulta más sencillo coger un objeto contundente y atizarle con decisión. Me estoy volviendo una gélida y despiadada maestra del insecticidio. Insectillo, te equivocaste entrando en esta casa, le digo al interfecto, ignorante de que su óbito está ahí, ahí. Y me importa una mierda si la supervivencia de su familia depende de él, si tiene alma, si es Gregorio Samsa o un ser indispensable para el círculo de la vida. En mi casa, me reservo el derecho de admisión, porque para eso pago un alquiler desorbitado.
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