2006 es una república
NOTA INICIAL: Hoy estoy triste por algunas cosas no demasiado graves, y se me ocurre que transformarlas en letritas las hará si cabe aún más leves, como siempre pasa.
Las despedidas mejores siempre son las que no tienen lugar, esos adioses distraidos que siempre ocurren con el Rey. Esos che, linda, nos vemos, cuidate dichos por teléfono, porque nunca pudo llevarme al aeropuerto. En cambio, sí que vino a buscarme cada vez que llegué. Llegando tarde con su cochecito negro sin disculparse (un rey no se disculpa, si quieres le esperas, y si no, te tomás un remís hasta capital, princesa) y abrazándome con esa sonrisa-dani que tan de buen humor me pone cada vez que la veo.
Y, óyeme, liante, siempre fue mejor así, que las sensaciones vividas no trepen furiosas por la garganta al decirnos adiós frente a frente, porque duele tanto contener las lágrimas que es mejor tomárselo con alegría, sin darle importancia a la despedida. Sé que te acordarás del almuerzo del último día del primer viaje. En pleno pleno microcentro, cargados de bolsas como en Pretty Woman, tú vestido de traje y corbata y yo con una cinta en el pelo y los ojos pintados de turquesa. Nunca me había pasado que los lloros ganaran la partida a un bife de chorizo, pero ese día la tristeza pudo con la gula. Luego nos reímos, pero ya teníamos ese hueco irritante adentro.
Este año no hay rey, y hoy estoy un poco ausente, un poco apenada, porque confiaba en volver a verle en su primavera rara, vivir en su mundo fabulosamente aparte durante unos días, reencontrarme con sus risas, su voz y su falta de puntualidad crónica. Me acostumbré a verle una vez al año... no se pueden tener amigos que viven tan lejos. Un mar tan grandote en medio es demasiado.
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