Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

viernes, abril 21, 2006

El caos se contagia

Hoy, en el tren de camino al trabajo, hago un listado bastante exhaustivo de las tareas pendientes: en tinta negra y trazos gruesos sobre un papelito amarillo pálido, que tiene muescas en uno de los lados porque no lo arranqué bien por la línea de puntos. Lo pliego en cuatro y me lo meto en el bolsillo izquierdo de la chaqueta de cuero negro, donde también hay un clínex usado que comienza a reducirse a pelusillas con el roce de las manos y también el pasaje de Balearia del regreso a la normalidad del pasado lunes. Mis bolsillos casi siempre son pequeños vertederos, con fauna como clips torcidos, monedas inútiles de uno y dos céntimos y diminutos lápices de ikea habitando en ellos. Y lo odio. Me molesta la desidia de manera suficiente para enervarme pero no lo bastante para hacer algo al respecto.

Anoche me fui a dormir sin haber terminado lo que estaba haciendo, cosa que me irrita sobremanera. Me intenté convencer a mí misma de que en mi estado semi-sonámbulo y de fatiga ocular extrema todo el trabajo que podía avanzar no valdría demasiado la pena, pero no surtió efecto. A eso de las 00:45, me metí en la cama, con sentimiento de culpa y la sensación creciente de que el caos se instala en mi vida. Mi interacción con Marta hace que su caos me roce y me contagie. No sé por qué soy tan frágil y me desequilibro con tantísima facilidad.

Y esta mañana, el despertador no despertó a nadie, y cuando me levanté, tardísimo, no llevaba puesto el pantalón del pijama. Quién sabe lo que habré soñado para desnudarme en plena noche sin darme cuenta. En toda la casa, indicios físicos de mi desorden mental: en el baño no hay toalla de mano, y sí un montón de cartas abiertas en el revistero de pared, que me exasperan de solo mirarlas, pero no lo suficiente como para quitarlas. En la cocina, tetrabricks para reciclar, en el suelo junto a la puerta. En la nevera, falta preocupante de alimentos básicos. En la habitación, ropa en la silla, cubo con ropa no lavada, objetos varios sobre la mesilla.

Pero lo peor, de lejos, es el desorden introspectivo. La sensación de no llevar una vida como la que solía, de posponer los pensamientos trascendentes, de vivir al día, ir tirando como puedo mientras pienso que ya solucionaré todo cuando no tenga más remedio. Miedo y asco, pero no en Las Vegas, sino donde quiera que vaya.

NOTA: A partir de hoy, mi mantra es caleidoscopio. No sé ni una palabrita de sánscrito ni de hindú, así que usaré una palabra que me suena cristalina y sorprendente en castellano.

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