Miércoles, pelusas, perspectivas
Ayer, cuando arrastraba la maletita de ruedas por el largo pasillo que enlaza el metro y el ferrocarril en el trayecto desde Sants hasta mi casa, me fijé en las bolas de pelusa. Enormes y grises, junto a la pared. Supongo que se forman al mezclarse el polvo que arrastran los trenes y las ruedas y los zapatos de la gente que pasa, con los pelos que a todos se nos caen de la cabeza y de otros lados, con los hilos desprendidos de las ropas, con las células cutáneas muertas que se precipitan desde las pieles, con las migas de bocadillo, las briznas y partículas de papel de periódico. Pelusas informes, asquerosas, polvorientas, casi tan impertinentes y esquivas como las que aparecían en mi piso de estudiante.
No es que las cinco del 305 fuésemos un dechado de virtudes domésticas, pero el tema de las pelusas era ya casi un asunto paranormal. Barríamos el piso, pasábamos una mopa húmeda, fregábamos con mocho y cubo de agua hirviente y lejiada... todo parecía ir bien. Y de súbito, cuando nos sentábamos a ver algún repugnante programa, osaban aparecer en los rincones, bajo el sofá, rodando impunemente ante nuestros ojos. ¿De dónde salían? ¿Cómo se formaban con tamaña rapidez? Barajábamos dos hipótesis. Una, que tuvieramos un agujero negro que nos conectaba directamente con algún vertedero cósmico. Dos, que tuvieran vida propia y se escondieran con sus patitas peludas cuando nos veían acercarnos, grandotas, distraídas y torpes, armadas con escobas y plumeros. De repente, hoy, sin venir al caso, el problema aparece solucionado ante mis ojos: queda resuelto el enigma de las pelusas.
NOTA FINAL: Aclarando el título, hoy es miércoles. Y las expectativas son, si alguien albergaba dudas al respecto, porque el sábado tengo ladies night con mis amigüitas favoritas del mundo, hace bastante que no nos reunimos y tenemos un graaaan entusiasmo compartido por este evento primaveral.
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