Envíos primaverales
Hoy me levanto de nuevo con ganas de escribir. Acuden frases a mi mente mientras entro en la ducha, escribo sin teclado ni lápiz de camino al trabajo y pienso cosas que me gustaría decir, a pesar de lo cansada que estoy y de lo mucho que me duele la cabeza (Sien y ojo derechos, unilateral, pulsátil, fotofobia, fonobia. Diagnóstico diferencial: migraña. Gracias, Doc House). Hace sol, y quisiera que la primavera ya estuviese aquí, para vestir liviano, sentir el calorcito creciente y esas cosas. A estas alturas de marzo, supongo que la nueva estación debe estar viajando hacia la península, porque Dani Ucl ya me dijo hace días que me la mandaba. Lo hace cada año, cuando él ya la ha usado, y no la necesita: un paquete bien precintado y lleno de sellos (pesa mucho y vale una pasta enviarlo) que vuela hacia Barcelona por correo aéreo. Contiene un 60% de sol cálido, un 10% de turbulencias atmosféricas (bastante traicioneras), un 20% de especies vegetales diversas (no cuentan las misérrimas macetas secas de mi ventana) y un 10% de ingredientes variados, como agitaciones cardíacas, irresistible atracción por los escaparates de temporada o palpitaciones al mirar a ciertos sujetos del sexo contrario (o incluso del mismo, en ocasiones). Cada marzo, lo abro en la terraza, y se desparrama a mi alrededor lentamente, casi sin que se note... en cualquier caso, la primavera no lo es tanto si no se puede pasear por el centro mientras llueve, junto a un rey enojado consigo mismo, que avanza sin paraguas, empapado y con los ojos igual de azules que el triángulo celeste que se ve desde la ventana.
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