Más vale tarde
Es imperdonable abandonar así una casa. Nadie cierra la puerta al irse a trabajar, con la intención de estar fuera ocho horas y no vuelve en mes y medio, dejando la nevera llena, la llave del gas abierta, la calefacción programada y la cisterna del wc goteando. Sin avisar, sin bajar las persianas, tirar la basura, regar las plantas o dar a los poetas una piedra de esas nutricias que se disuelven poco a poco en el agua de la pecera. Es una muestra de espantosa desidia, una despreocupación evidente, una falta de inquietud sólo plausible por algún suceso inesperado. Y, bueno, me fui de casa por unos días y no se lo dije a nadie. Tampoco es que tenga multitudes en la puerta, espiando por el ojo de la cerradura, pero no está bien que si una visita se deja caer sólo encuentre muebles polvorientos y cartas acumuladas, olor a cerrado y leche agriandose en la nevera.
Así que he hecho limpieza en los rincones (incluso levantando alfombras), y he abierto las cortinas para que entre el solecito. Ya estoy en casa, después de un mes sin una puta palabra, sin una foto y sin ni siquiera un minuto para regodearme en mis supuestas literaturas efervescentes y virtuales. Me pregunto si la literatura que no se escribe sobre nada (piedra, papel) es literatura igual, o pierde su esencia por ser sólo puntitos en un mapa de bits, pixelitos en la pantalla. Pero ese es otro tema. El caso es que anoche Raül me dijo, medio enfadado, que se había pasado por el blog. Y me recriminó dos cosas. Una, que no hubiese escrito en semanas. Dos, que sólo le mencione "para decir cosas feas", según él.
En principio, que algo sea feo o bonito es un asunto subjetivo, querido. La verdad es que no mentí, pero tampoco lo dije todo, y la omisión también es un error, a veces. Y la cuestión es que él cree que no le dibujo bien en las alusiones que hago a su persona. Bueno... la verdad, la pura verdad, es que tengo un jardincito zen gracias a él, y también el calendario de hojas de Aleida, y que estuvo conmigo mientras miraba embobada a Calamaro (y también en la mayoría de los otros momentos claves de mi vida y de mi blog). Cocina bien, tiene los ojos verdes y la boca bonita. Nos gritamos mucho, pero hace tanto que nos conocemos que las discusiones tontas son sólo eso, discusiones tontas. Juega a fútbol y siempre se hace daño, aunque no parece importarle demasiado. Le gustan los bebés, y le da miedo cogerlos en brazos, como si fueran a romperse. Se emociona enseguida por cosas pequeñas y no le cuesta arreglar problemas domésticos, como grifos que pierden, cuadros que necesitan colgarse o cortinas que piden a gritos descolgarse para meterse raudas en la lavadora. No me toma en serio cuando me quejo y le subleva que le digan lo que tiene que hacer. Todavía lleva el piercing que ambos nos pusimos cuando fuimos a vivir juntos y que yo hace mucho que tuve que quitarme. Su color favorito es el azul. Sigue siendo un idealista y nació en abril. Come cantidades ingentes de comida, con hambre voraz, pero es delgado, con un cuerpo fino y tenso. Cuando era un niño, su hermano le partió un diente con una piedra plana y blanca de la playa. Y a los 20 años, pasó la varicela y dejó su metro ochenta lleno de circulitos que, como diría Sabina, empañan, sin mancharla, su hermosura.
Esta foto se la hice yo en la terraza, en julio de 2003, y se reía de verdad.
2 comentarios:
Quin home és capaç de dibuixar amb paraules una dona amb aquesta fragilitat i aflicció regalada?
Aih!!! Què serà de la nostra espècie?
Anna V.
Me ha encantado la descripción. Un abrazo gigantesco pa ti y pa el mozo!
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