Un martes liviano
Esta mañana, mientras espero a que la putilla de la máquina escupa un cappuccino, pienso en todo lo que me queda por hacer esta semana. Las entrevistas, los textos y todas esas cosas que acechan en mis ratos supuestamente libres, que llenan de culpa el sofá para que me muerda al sentarme.
Antes de cabrearme indefectiblemente, decido acordarme de las cosas diminutas y estupidillas que me hacen feliz. Esas levedades, las menudencias que dan un toque luminoso a mis días feos, como el último capítulo de la primera temporada de House, que emiten esta noche; como los preparativos del viaje a Menorca con Martita la semana que viene; como ese bikini nuevo de estampado retro (¿por qué me da últimamente por vestirme con papel de pared setentero?) que vi en un escaparate; como la noche del viernes pasado, en la que me sentí tan bien; como tomar un té de quince minutos mirando una pared naranja y unos ojos verdes; como ponerme mis enormes gafas de sol nuevas al mínimo rayo de sol...
No me pesa el martes, porque me doy cuenta a tiempo de que parece un viernes. Hoy vi una grapadora de escritorio rota, arreglada con celo. Y dentro de la tira de plástico adhesivo, como una burbuja, un montón de arena que se escapa, convirtiendo un objeto pesado en algo liviano.
NOTA: Hoy sale en el periódico Hernán Casciari. Voy a recortar el artículo y pegarlo en mi agenda, porque es un tipo que me interesa, al que leo siempre, y al que nunca me atrevo a comentarle nada en su blog, porque tengo la sensación de que lo que pueda decir no será nada nuevo ni bueno. No sé, es un cierto sentimiento de inferioridad hacia la gente que admiro. Quisiera caerle bien.
OTRA NOTA: Me alegró mucho el comentario de Patch, me puso contenta y ahora sólo falta que me enlace. También me alegra que Carol salga con un polaco. Y que Marta esté ilusionada por cosas. Que mis abuelos celebren 50 años de casados. Que Raül cumpla el domingo 26 años.
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