Cosas bonitas que ocurren en mi vida
Es lunes. Ayer por la tarde volví de Estados Unidos, con dos maletas y un montón de fotos, aunque las mejores deberían llegarme al correo en los próximos días. Ha sido increible, una de esas experiencias que se viven como en duermevela, como si fueran un buen sueño, una película o una novela de las que te secuestran entre las letras. Me muero de ganas de contarlo todo, pero a la vez tengo la sensación de que diga lo que diga, me quedaré a medias y no conseguiré hacer justicia a las sensaciones, a los momentos, a las risas.

Leyendo a Roberto en el avión, medio mareada y con los oídos tapados, me sentía exultante, con cientos de kilos de alegría y expectación. Me reía sola en la gran cama de mi habitación en Las Vegas, rodeada de almohadas. Desayunaba sushi y me comía cuatro postres hipercalóricos y era la persona más feliz del mundo. Me asfixiaba de calor a 45 grados y no me importaba en absoluto. Dormía poco, me cansaba, tenía migrañas, pero era feliz, consciente de estar viviendo algo único, absorbiendo todo con todos los sentidos. Borré el tecnicolor del mundo de tanto mirarlo, y dejé la pantalla en blanco y negro. No importa, alguien vendrá a pintarla.
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