Cosas bonitas que ocurren en mi vida
Es lunes. Ayer por la tarde volví de Estados Unidos, con dos maletas y un montón de fotos, aunque las mejores deberían llegarme al correo en los próximos días. Ha sido increible, una de esas experiencias que se viven como en duermevela, como si fueran un buen sueño, una película o una novela de las que te secuestran entre las letras. Me muero de ganas de contarlo todo, pero a la vez tengo la sensación de que diga lo que diga, me quedaré a medias y no conseguiré hacer justicia a las sensaciones, a los momentos, a las risas.
Me quedé sobrecogida con el skyline de NYC desde el mar, por la noche, tan luminoso como uno de esos vestidos de lentejuelas doradas o como la sonrisa de algunos chicos. Me dieron ganas de llorar al asomarme desde el piso 86 del Empire State, y ver el edificio Chrysler de repente entre los rascacielos me hacía cosquillitas en el alma, como un toque de atención que me recordaba dónde estaba. Si Buenos Aires siempre fue como me contabas, Dani, nunca nadie me contó algo de Nueva York que se pareciera a la sensación que me llevo guardada en la maleta. En cambio, en Las Vegas, me reí de los casinos insoportablemente ostentosos, de las moquetas que atentan al buen gusto, de los platos gigantes de comida inverosímil, de la gente que juega a la ruleta a las 8 de la mañana, de los pasillos interminables y fríos (que me hacían pensar en El Resplandor), de las horteradas luminosas y gigantescas. Casi todo resulta desproporcionado, gigantesco e impresionante en esa ciudad de pecados múltiples.
Leyendo a Roberto en el avión, medio mareada y con los oídos tapados, me sentía exultante, con cientos de kilos de alegría y expectación. Me reía sola en la gran cama de mi habitación en Las Vegas, rodeada de almohadas. Desayunaba sushi y me comía cuatro postres hipercalóricos y era la persona más feliz del mundo. Me asfixiaba de calor a 45 grados y no me importaba en absoluto. Dormía poco, me cansaba, tenía migrañas, pero era feliz, consciente de estar viviendo algo único, absorbiendo todo con todos los sentidos. Borré el tecnicolor del mundo de tanto mirarlo, y dejé la pantalla en blanco y negro. No importa, alguien vendrá a pintarla.
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