Últimamente me pasa
Últimamente me pasa que no me fijo demasiado en el mar que parece un espejo cuando llego a Badalona cada mañana, y que merece una mirada sólo por ser un mar liso que refleja el sol que acaba de aparecer. Sobre un mar así no debe resultar tan difícil caminar sobre las aguas. Últimamente me pasa que si en el tren no tengo un libro para aferrarme a sus letras y dispersar la mente en esos momentos de tiempo muerto, una congoja inexplicable se me sienta en el hombro, me acolcha las entrañas, encogida como un parásito intestinal, y ya la tengo ahí para el resto del día, angustiante y paranoica. Últimamente me pasa que cuando caigo en la cama me duermo sin tener tiempo de pensar, lo que es bueno y malo a la vez, porque pensar mucho es malo, pero no pensar es mortal de necesidad. Últimamente, mis horas son un séquito de tareas pendientes desfilando frente a mí, tan pegadas entre sí que no se ven los resquicios. Últimamente, no me encuentro demasiado bien, aunque el colorete rosa bebé me alegra la cara, y el color rojo del pelo es como un grito cromático.
También últimamente, mi alma se nutre de pequeños detalles, sin tiempo para pasear por el Born, mirar el triángulo azul del cielo o cerrar los ojos frente al sol y disfrutar de las chiribitas en mis párpados cerrados. Hoy me nutro y cargo las pilas de mi entusiasmo con cosas insignificantes: como los croissants de chocolate que Merce trae algunas tardes, como mi nuevo flequillo o perder un minuto escribiendo en el blog. En ese orden de cosas supérfluas, debo mencionar que hoy me compré una manta nueva para el sofá. Finge ser un visón (negro, brillante, sedoso) y me encanta ese detalle como de lujo en mi casa llena de muebles de Ikea, con tantos colores como una bandera del orgullo gay y tan poco glamourosa como un cómic. Se me ocurre que si fuera un hombre, sería una drag queen: cómo me gustan las cosas que brillan, las cosas que son suaves, las cosas con plumas, las cosas de colores intensos, cómo me gustan las medias de red, la purpurina, el maquillaje, el cava en copa flauta, la manicura perfecta y la piel blanca y cremosa. Sólo dos sentidos me detienen en mi afán de interiorismo naïf: el común y el del ridículo.
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