Viernes gris al 10%
De hecho, negro en un 10%, que da lugar a un cielo gris pálido y neblinoso, que no se atreve a ser blanco por los pelos, pero que tampoco transgrede tanto la norma de dejar pasar aunque sea un poco de sol. Esos audaces rayos furtivos que se escapan y se aplastan ahora mismo contra el edificio de enfrente, manchando de amarillo la pared ocre. Si alguien niega que ya es otoño, puedo mostrarle ese cielo opaco, de un gris contínuo, y también el aroma de castañas asadas, que va intrínsecamente unido a mi idea de otoño. Sin embargo, esta clase de bochorno pegajoso y este calor adornado por ráfagas de aire frío no se deciden y se alternan en un sube y baja feroz de mangas, lanas y algodones.
A medio escribir un artículo vano, me doy cuenta de que mi estado de ánimo tiñe cualquier cosa que produzco, sea una anotación en la agenda, una entradilla o la reseña de un nuevo cosmético. Me pregunto si todas las personas son así de egocéntricas e introspectivas. Me pregunto si cada vez me vuelvo más autista y centrada en moi même. Creo que sí. Y además, empiezo a creer en ese mito de los que viven solos y se vuelven locos, maniáticos, presos de rutinas enfermizas, como esas viejas rodeadas de gatos y basura que todos tenemos en mente. En mi defensa, diré que no me gustan demasiado los gatos, y también que me decantaría más bien hacia el tipo de vieja que no toca nada por miedo a los gérmenes, que lava hasta las paredes con lejía y no sale de casa sin mascarilla y guantes de látex. Llevo apenas tres meses como dueña y señora de mi reino de 45m2 y cada día crece mi aversión a las visitas que imponen su propio orden o su idiosincrasia espacial en un lugar que se rige única y exclusivamente por mis normas. Generalmente, disfruto de mi soledad, de mi orden, mi entorno, y mi silencio, aunque a veces, abrir la puerta al llegar y que adentro esté oscuro me entristece. Tampoco me gusta levantarme y que media cama esté intacta (aunque últimamente ya no me pasa, je, me acostumbro poco a poco a que es toda mía), o esa ansiedad que tengo a veces de hablar con alguien. Como cosas positivas que me permitan acabar este post con el ánimo elevado, añadiré que vivir sola me ha permitido convertirme en un ser más valiente, que no teme enfrentarse a monstruosos insectos, armada de insecticida y una letal zapatilla, y que es capaz de hacer cosas para las que antes necesitaba ayuda, como bajar una maleta del altillo, o cambiar la bombilla del rellano. Autosuficiente, eso es.
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