Insectos aletargados
A veces las cosas que no usas se cubren de una capa polvorienta, mate y espesa. Si uno no está pendiente y las frota con un trapo húmedo, sacándoles el brillo y volviéndolas a la vida, se aletargan como insectos. Nunca sabes si están vivos o muertos, a menos que los toques con el dedo y se desintegren en un polvillo crujiente. Alitas, patas y tórax mantenidos en su forma como por arte de magia, hasta que la yema de tu dedo rompe el sortilegio.
El tiempo es así: polvoriento, mate, espeso, cubriendo las cosas que hasta hace poco palpitaban, húmedas, calientes y ansiosas. Las historias que hace sólo un par de meses te hacían orbitar en torno a ellas, centrando los sueños, agrandando las palabras, ahora son insectos muertos, rastros de polvo, nubecillas volátiles, recuerdos inciertos, sueños improbables, dudas razonables. En realidad, sabes de siempre que sólo hace falta esperar un poco para que todo se disipe, y el latido se ralentice de manera notable hasta que ya no duele, pero se te olvida recordarlo mientras lo vives con toda la implicación de que eres capaz, mojándote hasta la barbilla y adéntrandote hasta que pierdes pie. Sólo es necesario aguardar con un zumbido de fondo de línea ocupada, con un intermitente ajetreo en tu interior, con un velo grueso sobre la memoria, con un sueño tranquilo y una paciencia redescubierta. Apretar los dientes, contener las ganas de correr tras él, levantar la frente y no marcar su número. Y entonces, día a día, es más sencillo vivir con eso. Y un buen día, te levantas y donde estaba la demencia, sólo hay un leve residuo, entre amargo y dulce, un latido solo, la insinuación de un brillo apagado.
Entonces, suena el teléfono, y te preguntas por qué. Quién es esa voz, quién eres tú, quién fuiste entonces y quién serás a partir de ahora. En cierto modo sigues, pero de otra manera, sin urgencia, sin sed ni desesperación. Queriendo dejarte querer, pero sin imponer tiempos y espacios: cuando sea y donde sea, donde diga la casualidad, donde toque, donde se complete el puzzle. Qué más dará, mientras le tengas otra vez encajado en tus muslos, envuelto en tu olor, atrapado en ti. O ni siquiera eso, porque al final, el interés también es un insecto.
2 comentarios:
y qué lindo lo contás!
a quién no le pasó? (a quien no le pasa en realidad)
abrazo! :)
de hecho cuando te sumergís y ya no hacés pie, las voces de los recuerdos en la cabeza hasta suenan como debajo del agua, que no
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