Preguntar es saber que no se sabe, y reconocerlo
"La pregunta es la primera manifestación de la inteligencia", dijo el miércoles el profe en la clase del máster, y lo repitió cinco o seis veces, como para anclarnos bien la idea en el cerebro. En el mío, parece ser que se aferró y echó raíces, porque me ha ido rondando todo el día por los pensamientos. Y eso no suele pasar. En esas clases estoy al borde de la catalepsia, después de todo un día trabajando, y los conceptos pasan por mi cabecita quemada (guiño a Nani) solo fugazmente y sin dejar demasiado rastro. Esas luces blancas, que me pican en los ojos, esa obligada atención a discursos generalmente insulsos. Ayer además llovía y me entró agua en las botas, lo que añadía más pereza a la cantidad habitual. Teniendo en cuenta todo esto, y que me pasé la clase comiendo caramelos Solano (menjant caramels, Solano, pots donar fe!) es un milagro que algunos conceptos traspasaran la impermeable barrera de mi distracción.
La principal deformación de un periodista es preguntar, o eso me dicen mis amigos (je, que estoy deformada) cuando pregunto todo sobre cualquier cosa. Por supuesto, eso no implica que ser periodista sea equivalente a ser inteligente, claro que no, pero cuando es un tema vocacional, sí que implica un ansia de averiguar lo que desconoces. Cuando preguntas, es porque eres consciente de las cosas que no sabes, quieres saberlas y reconoces tu ignorancia, lo que tiene que ver con un cierto grado de valentía.
La auténtica verdad es que yo no soy demasiado valiente, ni como concepto absoluto ni respecto a nada, pero la mayor parte de las veces intento no ser cobarde, y no arredrarme, y cada día pierdo una pequeña parte de mi miedo al ridículo, al fracaso y a otras autodecepciones. Quise ser periodista porque de pequeña me enamoré de Clark Kent sin que se quitara las gafas. Yo quería ser como Lois Lane, para mí en aquellos años el paradigma indiscutible de la profesional independiente, de la mujer de mundo que yo quería ser de mayor.
NOTA: Mi relación con el personaje era totalmente de amor-odio: quería ser como Lois, pero me resistía a la idea de ser, al fin y al cabo, una chica indefensa y necesitada de la protección del macho. Quería ser Lois Lane, aunque sin ese look setentero tan modosito y esa imbecilidad/ceguera que le impedía reconocer en Clark al superhéroe que la llevaba de paseo por los cielos de Metropoli y le ofrecía sesiones de sexo tántrico (gracias a los superpoderes) en Kripton. Joder, unas gafitas, una americana y la raya al lado tampoco cambian tanto a un hombre como para no reconocerlo, y la envergadura del chico era indudablemente la misma.
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