Esta clase de vida extraña
Hace días que me viene a la memoria de repente aquella mujer loca que en el ferrocarril me vendió por dos euros la fotocopia de una acuarela con un gato amarillo y naranja, tan cándida y tan dulce y tan ida. Me pregunto qué habrá sido de ella, con aquella carpeta azul y aquel carro de la compra, al igual que pienso bastante en aquel anciano que se paseaba por las noches, muy tarde, por los bares y pubs de Gràcia vendiendo dibujos casi infantiles, se llamaba Eusebio. Lo sé porque tengo dos de sus dibujos colgados en mi estudio, hermosos de tan patéticos, y me da cosa tirarlos. A mi hermano y a mí aquella noche las lágrimas se nos escapaban, huyendo por las mejillas, y se nos amargó un poco aquella copa que hasta entonces había sido pura risa. Soy vulnerable a la compasión, a la tristeza. Soy frágil ante la desdicha, me conmueven cosas que a la gente no tanto. La gente. Ese concepto abstracto, y tan eficaz, tan aplicable y absurdo a la vez.
No sé por qué pienso eso estos días, cuando tengo tantas otras cosas en las que pensar. Voy a echar tanto de menos las cosas pasadas como recibiré con euforia las nuevas, lo sé. Pero mi vida cambia a un ritmo difícil de asumir, y lo que es peor, sin que yo parezca tener un especial protagonismo en esos cambios. Me pasan cosas, todo gira y se mueve a mi alrededor, latiendo. Me siento a mirar, expectante, espectadora, qué será lo siguiente en mutar.
1 comentarios:
sí, a veces sucede eso, que nos suceden las cosas como si no fuéramos parte de ellas...sin embargo hay clases y clases de observadores que se distribuyen entre estos dos extremos: los expectantes y listos a tomar parte y los indiferentes.
Beso bonita, se te extraña
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