La joya de la corona
Aquella noche extraña, me quitó la ropa como quien abre un regalo, desplegando el envoltorio con cuidado, con los ojos brillantes por la emoción. La suya era una mirada llena de golosinas, de esas gominolas blanditas recubiertas de azúcar. "Desnúdame", le dije con voz susurrante y mirándole con una ternura inaudita. Lo hizo, con infinita suavidad, tirando del lazo de mi pijama y acariciando mi piel blanca, que se erizaba al paso de sus dedos. Y todo lo que pasó después, aquella catarata de emociones, está guardado. Lo puse en su lugar, con los pendientes, los broches y los anillos, con las otras joyas.
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