Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

jueves, noviembre 09, 2006

Desórdenes

Como siempre que voy a la parte alta, he regresado a casa caminando, bajando cuesta, aunque sea tarde y eso suponga retrasar todo lo que me espera al llegar. Con las manos en los bolsillos del abrigo largo (ese de pana verde oscuro, de grandes solapas, al que llamo "mi gabán", meramente porque me gusta la palabra), el bolso enorme y rojo colgado del hombro derecho (ladeando mi cuerpo pequeño) y los ojos un poco llorosos por el aire frío y las horas frente al ordenador. Camino de a poco, mirando las cosas brillantes que exponen las tiendas, a las personas que se cruzan conmigo, a los trozos triangulares de cielo negro que se ven sobre las casas. Veinte minutos de paz y pasos lentos, mientras los pensamientos rondan mi cabeza apelotonados y simultáneos, como hormigas desorientadas.

Hay momentos en que el silencio interior se agradece. Aunque a mi lado el tráfico y el ruido de la ciudad no me den tregua, lo cierto es que ni los oigo, de tan urbana como me estoy mutando. No elegiría vivir en otro sitio*. Mi cajita de música (léase ipod) está en el bolso, llena hasta los topes de palabras hermosas y sonidos que me hacen sentir bien, pero hoy tengo el intenso deseo de caminar en silencio, prestando atención al sonido aterciopelado de mi interior. A veces me imagino mi cuerpo por dentro como un vestido, con su forro de satén de color crema y los pespuntes perfectamente invisibles. Quisiera poder organizar tan bien mi interior como mi armario: meter en bolsas herméticas lo que no uso, ordenar por formas y colores lo que me pongo todos los días, planchar, perfumar, lavar y almidonar. Mientras no inventen un sistema de folders mentales, me conformaré con organizar los papeles y las carpetas del pc, limpiar el armario, anotar todo en la agenda y tratar de ser feliz con los ojos bien abiertos y el interior desordenado.

* Tal vez sólo en Buenos Aires, y creo que no toda la vida, a no ser que tuviera razones potentes para quedarme. Cuando estuve en Las Vegas dije que podría quedarme a vivir, pero no era en serio, sólo es porque el aire seco deja el pelo muuuy liso y la piel sin brillos.

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