Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

lunes, septiembre 29, 2008

Mudanza

Se trata de que yo voy metiendo en cajas lo que era mi vida, lo precinto y etiqueto, y un señor se las lleva, las mete en un camión y las deja en el guardamuebles en que va a convertirse la casa de mis padres, con 200 kilómetros por medio. Entonces cerraré la puerta, devolveré las llaves a la gente de la inmobiliaria y ese piso que ha sido durante cinco años mi rutina y mi cotidianidad será un piso vacío más, al que me vincule más bien poco. Seguramente, aprovecharán mi marcha para reformarlo y triplicar el alquiler. Me gustaría ser yo misma quien arrancase los espantosos azulejos del baño, con ese absurdo adorno de disney que tanto me horrorizó la primera vez que entré y que ya ni siquiera veo, a fuerza de verlo día tras día.

Tal vez dentro de un tiempo pase por delante del edificio y mire hacia arriba y piense "ahí vivía yo" y casi no pueda ni creérmelo, como me pasa con otras cosas, más corpóreas, de mi vida pasada y sin embargo, tan reciente.

De madrugones, malestares, impaciencias

Hoy, desde luego, no tengo un buen día. El despertador sonó cuando las calles recién se acostumbraban a que era de noche. Tuve que ponerme de pie de un salto, porque el primer tren de la mañana no entiende de "cinco minutitos más" de arrebujo en las sábanas. No tuve más remedio que separarme del nórdico calentito y de tu cuerpo ardiendo y lanzarme a una ducha rápida, un rápido desayuno y un rápido recoger de las cosas que quedaban por poner en la maleta. Posiblemente, haya sido el último madrugón de mierda post-fin de semana perfecto. Me quedan exactamente 32 días para deshacer allí esa misma maleta y convertir en mi (nuestro) hogar esas paredes. Como me dijiste anoche, amor, tras ese día de mudanza y camiones y cajas, está el resto de nuestras vidas.

lunes, septiembre 15, 2008

Hogares

No sé en qué momento comencé a despedirme de estas calles con la mirada, pasando en un taxi o caminando por la acera, pero soy consciente a cada instante de que me voy. Con esta manía mía por la trascendencia, trato de revestir esta partida circunstancial de su verdadera importancia: esa mezcla de tristeza, alivio y esperanza que resulta tan complicada de digerir para alguien como yo, con todo delicado y la piel a medio hacer.

Aún no comprendo muy bien cómo voy a decir adiós a los nueve años de brillos y de congojas que he pasado en esta burbuja. Tengo 45 días, como le dije ayer a mi sobrino, para meter en cajas todo lo que es mío, incluídas la nostalgia y la angustia. Vaciaré lentamente ese rincón al que llamaba mi casa con la sensación de coitus interruptus y el agobio interno que siempre me producen los cambios. Dejaré las cuatro paredes como estaban cuando llegué, y ese ático pequeño con su terraza y sus palomas ya no será más mi hogar.

Creía que mi vida iba a ser esto: Barcelona, la que yo había elegido. Y sin embargo, el día menos pensado todo se dio la vuelta y cambiaron las prioridades, las posibilidades y las elecciones. De repente, el sur no parecía tan malo. De repente, comprendí que el hogar está donde está lo que se ama.