Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

jueves, noviembre 16, 2006

I believe in miracles

I used to be on an endless run.
Believe in miracles cause I'm one.
I have been blessed with the power to survive.
After all these years I'm still alive.

I'm out here cookin with the band.
I'm no longer a solitary man.
Every day my time runs out.
Lived like a fool, thats what I was about, oh.

I believe in miracles.
I believe in a better world for me and you.
Oh, I believe in miracles.
I believe in a better world for me and you.

Tattoo your name on my arm.
I always said my girls my good luck charm.
If she could find a reason to forgive,
Then I could find a reason to live.

I used to be on an endless run.
Believe in miracles cause I'm one.
I have been blessed with the power to survive.
After all these years I'm still alive.

I believe in miracles.
I believe in a better world for me and you.
Oh, I believe in miracles.
I believe in a better world for me and you.

I close my eyes and think how it might be.
The futures here today.
Its not too late.
Its not too late, yeah!

I believe in miracles.
I believe in a better world for me and you.
Oh, I believe in miracles.
I believe in a better world for me and you.

(Ramones. 1989, single del disco Brain Drain.)

Como hoy por misteriosas razones no funciona mi castpost, el tema puede escucharse aquí, en versión de Pearl Jam.

miércoles, noviembre 15, 2006

Yo adivino el parpadeo

Un cielo límpido matutino ilumina de azules el aire frío que por fin ha llegado. La calle desborda de niños ruidosos que corren y ríen con mochilas a primera hora de la mañana, y mientras, a mí todavía no se me despegaron del todo los párpados pintados de verde, y camino con piloto automático y el pelo mojado, oyendo tangos y con los diques de mis pestañas a punto de romperse. La acera es tan gris como siempre, con su rugosidad polvorienta, de un tono continuo a mis ojos bajos, y no he dormido demasiado bien. Estoy cansada, cansada como sólo puede estarse cuando se come poco y a deshora, se duerme escasas horas, se trabaja mucho y se piensa demasiado en cosas que ya no.

Como me escribió hace años Dani (seguro que él ni se acuerda), hay tantos "ya no" que se cargan en el alma, que hay que aprender a vaciarlos de sentido, a hacer de la nostalgia una extraña compañera de cama.

Cuando estoy abatida, la belleza de las cosas me aturde más si cabe, me golpea como un puñetazo flojito, que no duele, pero sorprende y desconcierta. Me llena de algo parecido al pica pica, que escuece pero gusta. Esta mañana, cuando veo el mar tan radiante desde la ventana del vagón, y me lleno de algo grande y gaseoso, como un globo, me doy cuenta de que hace ya mucho que no me encuentro al desconocido del tren, un tipo que iba peinado como el actor secundario Bob, la piel impecablemente blanca, pestañas negras envolviendo como papel de regalo a unos ojos verdes que relucían como las piedras caras, y me alegraba la mañana con solo mirarle unos minutos. Era algo realmente hermoso, con una expresión serena y una calma en sus movimientos poco usual, masculino y sin embargo con un aspecto delicado. Brutalmente bello. Supongo que lo sigue siendo, aunque yo ya no le vea.


Hoy veo el mar. No es lo más bonito del mundo, pero casi. No me sube mucho el ánimo, pero sí lo suficiente para fingir que lo hace del todo. Y estoy oyendo a Ramones en I believe in miracles. Y sí, es cierto, creo.

lunes, noviembre 13, 2006

Pensaba que el tiempo

Pensaba que el tiempo. Suponía que el tiempo. Confiaba que el tiempo. Lo borraba casi todo. Cicatrizaba, cerraba, limaba. Pensaba que el tiempo era ese hombre gris que emborronaba recuerdos, que tapaba las historias vividas con una bruma translúcida, que transformaba momentos mágicos en fotos en blanco y negro que amarillean. Que hacía tu tacto en mi piel más difícil de recordar, que volvía un sueño cosas que fueron tan palpables, tan físicas, tan corpóreas.
Creía que el tiempo se aliaba conmigo. Que los problemas, si los ignoras lo suficiente, desaparecen. A veces pasa, pero no siempre pasa. El tiempo era mío, y lo apostaba cualquier noche. Volvía a ganarlo: los días pasaban y seguía entera, con la piel incluso más dura, cocodrilizándome minuto a minuto. Si las miraba fijo, hasta parecía que las manecillas se movían al ritmo que yo escogía. Después, resultó que el reloj no es más que un trasto que se mueve con pilas, y que puede andar incluso hacia atrás. Que un reloj no tiene nada que ver con el tiempo. Que hay cosas que pese al tiempo. Permanecen. Duelen. Cuestan.

viernes, noviembre 10, 2006

Being

Pasear, y que mi barbilla se levante a más de noventa grados respecto al sucio suelo que pisan mis botas negras. Caminar poniendo un pie delante del otro, y como si una fuerza invisible me tirara de los hombros desde atrás, erguirme y encoger el estómago. Una fugitiva hoja seca sobrevuela las cabezas despeinadas de las ocho de la tarde, y el olor de café caliente que sale de una puerta iluminada se pierde en el aire denso del centro. La absoluta liviandad de ser uno más. No soy alguien más. Soy yo, y eso es lo fundamental en ese fragmento reflectante de mi tiempo, el que transcurre cada día en esa acera, en ese trozo urbano incomparable, con sus rincones sucios, sus respiraderos del metro. Quisiera borrar las brumitas, los presagios, que las comisuras asciendan imparables curvando mi boca chiquita e hinchando las mejillas como dos manzanas. Me gustaría romper un paraguas, y acordarme de repente de Rayuela. Notar el corazón golpear el pecho como un puño airado en una puerta, sin espacio entre latidos. Que la yo que soy se desboque y se pierda, hacerme dueña de toda la locura, sentir que la vida no es sólo estar viva, sino también sentirse viva y saber que se está viva: morder, abrazar, gritar, besar.

La sangre roja roja, tan clara y líquida, de anémica, los dedos huesudos, blancos, largos, fríos. Unas uñas frágiles que ya nunca me muerdo pero que esmalto a menudo, y las pestañas que desearía inacabables y que sólo son rubias y finas, como el resto del vello que cubre mi cuerpo. Todo eso soy, un grupito de huesos y piel transparente, rellena de palabras que son huecas, con algunos volúmenes que sorprenden por inesperados. Diminutos pezones de color rosa, recodos y recovecos de epidermis tibia, pecas, ombligo y músculos infrautilizados, yemas que escriben acariciando las teclas, ojos que parpadean demasiado poco, orejas como de plastilina, una voz que no me reconozco. Ese es mi envase, pero yo soy otra cosa. No sé qué, pero otra cosa.

jueves, noviembre 09, 2006

Desórdenes

Como siempre que voy a la parte alta, he regresado a casa caminando, bajando cuesta, aunque sea tarde y eso suponga retrasar todo lo que me espera al llegar. Con las manos en los bolsillos del abrigo largo (ese de pana verde oscuro, de grandes solapas, al que llamo "mi gabán", meramente porque me gusta la palabra), el bolso enorme y rojo colgado del hombro derecho (ladeando mi cuerpo pequeño) y los ojos un poco llorosos por el aire frío y las horas frente al ordenador. Camino de a poco, mirando las cosas brillantes que exponen las tiendas, a las personas que se cruzan conmigo, a los trozos triangulares de cielo negro que se ven sobre las casas. Veinte minutos de paz y pasos lentos, mientras los pensamientos rondan mi cabeza apelotonados y simultáneos, como hormigas desorientadas.

Hay momentos en que el silencio interior se agradece. Aunque a mi lado el tráfico y el ruido de la ciudad no me den tregua, lo cierto es que ni los oigo, de tan urbana como me estoy mutando. No elegiría vivir en otro sitio*. Mi cajita de música (léase ipod) está en el bolso, llena hasta los topes de palabras hermosas y sonidos que me hacen sentir bien, pero hoy tengo el intenso deseo de caminar en silencio, prestando atención al sonido aterciopelado de mi interior. A veces me imagino mi cuerpo por dentro como un vestido, con su forro de satén de color crema y los pespuntes perfectamente invisibles. Quisiera poder organizar tan bien mi interior como mi armario: meter en bolsas herméticas lo que no uso, ordenar por formas y colores lo que me pongo todos los días, planchar, perfumar, lavar y almidonar. Mientras no inventen un sistema de folders mentales, me conformaré con organizar los papeles y las carpetas del pc, limpiar el armario, anotar todo en la agenda y tratar de ser feliz con los ojos bien abiertos y el interior desordenado.

* Tal vez sólo en Buenos Aires, y creo que no toda la vida, a no ser que tuviera razones potentes para quedarme. Cuando estuve en Las Vegas dije que podría quedarme a vivir, pero no era en serio, sólo es porque el aire seco deja el pelo muuuy liso y la piel sin brillos.

miércoles, noviembre 08, 2006

Vísceras y duditas

Mi miércoles ha sido, hasta el momento, exasperante, y eso que me levanté con una energía inusitada en una mitad de semana que está resultando espantosa (de trabajo, de dormir poco, de discusiones laborales muy tontas, de insatisfacciones pequeñas). He pasado gran parte del día tarareando una frase de Calamaro que he oído esta mañana de camino al trabajo: malditas despedidas, me están volviendo viejo. Me cuesta despedirme, me asustan los cambios, me aterran las pérdidas. A veces, consigo sobreponerme a las dudas y cierro las carpetas, los capítulos y las puertas abruptamente, de un golpe seco. No sé si es bueno o malo tener esos arranques de decisión, que nunca sabes si son erróneos o acertados. Qué mierda es ser tan visceral.



A pesar de las despedidas, que me abruman, como contrapartida esta temporada está siendo especialmente prolífica en reencuentros. Ayer reapareció Olga, que llevaba más de un año sin dar noticias, desaparecida en un mundo de vallas publicitarias y marquesinas de autobuses; el viernes volví a encontrar casualmente a Nickol en el super, de nuevo junto a los quesos, con su coleta de samurai; Estefanía me llamó a casa hace unos días, con su voz tan tierna contándome sus novedades a través del cable, no todas eran buenas; Federico está viviendo por fin en Barcelona después de laaarguísimos trámites, debería quedar con él para cenar uno de estos días. Me pregunto qué estará haciendo Luis en estos tiempos raros, y también sería bueno ver a Albert, y a Jordi, aunque fuera de refilón.

Como nota feliz de un día de mierda, anoto en la agenda que parece que la próxima semana cenaré de nuevo con las chicas, tal vez se avecina una de esas memorables ladies night, que cada vez y por desgracia, escasean más. No se van a poder creer que lleve el pelo tan, tan corto. Cortísimo, muy británico y un poco raro. A veces me precipito dejándome hacer...

lunes, noviembre 06, 2006

Viernes. Vestido de lana negro y abrigo rojo de paño, una noche con luna casi llena y pocas estrellitas en lo negro. Paseo con inédito frío y té con menta, músculos que se lamentan, sus labios cálidos, la humedad dulzona de su boca de niño, y un taxi a casa relleno de un amago de pelea que se disipa sin cuajar, como una nubecilla gris. Apenas treinta metros del ras-ras de mis botas y el bajo de sus vaqueros contra la acera gris, cuatro pisos sin elevador, el tintineo de las llaves chocando en la cerradura y el calorcito amarillo de nuestra casa abriendo los brazos, con su nuevo olor de especias. Un pijama o dos, el sonido vago del televisor sobre la cómoda, sábanas haciendo fru-fru, la luz ténue de la lámpara baja de la sala, el reloj que da las dos y un vaso de agua grande en la mesilla. Las palabras nunca se rompen del todo, aún con su cara acoplada a mi nuca, un pesado brazo rodeándome y la respiración profunda que precede al sueño comenzando a acolchar mi percepción. Quiero que mi vida sea un viernes infinito.