Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

jueves, diciembre 29, 2005

El mejor chiste de rubias


Un breve inciso vespertino para enlazar al mejor chiste de rubias del mundo... buenísimo.

Café con leche: novedades

9:40, y según información telefónica mantenida ayer por Sergi, hoy vendrá a visitarnos a la redacción una amable señorita de una empresa distribuidora de aparatos que hacen café a vendernos la moto de un armatoste enorme que nos crujirá 50 céntimos diarios a cambio de expeler un líquido negro (con múltiples variantes: descafeinado, cafeinado, cappuccino, moccaccino, cortado, solo, lo que trae interesantes novedades que nos sacarán de las tinieblas de la cafetera de filtro) de un modo inexplicable y misterioso para una analfabeta tecnológica como yo. Me muero de ganas de ver las tripas de la maquinita y asquearme con los depósitos de polvitos variados, que debidamente mezclados con agua del grifo se convierten en hirvientes vasitos de café.

Hemos hablado bastante de este tema por aquí, porque sólo somos seis individuos trabajando, lo que no sabemos si producirá un consumo suficiente para mantener una máquina tan avanzada tecnológicamente. Además, nadie dice nada, pero se está cociendo cierto grado de quintocolumnismo, con detractores de la máquina (mecanoclastas) que actúan en la sombra. Veremos qué pasa.

Ahora ya son las 11:44, y ya ha venido la amable señorita, Montse, para más señas. Nos ha vendido la moto, somos unos advenedizos, inocentes y hechizables fácilmente con un display luminoso azul y unos botoncitos cromados. Después de reyes tendremos aquí una máquina de venta automática. Pulsar un botón, previo insert coin, y sale un café de medida pinypon. Cada semana, pasará por aquí un reponedor, que entra, hace el mantenimiento (llenar los depósitos de polvillos, limpiarla, dejar vasitos, cucharillas y azúcar), se lleva el cash acumulado y se va, todo sin decir nada, como un robocop del café. Ahora, elucubraremos un rato sobre la posibilidad de usar botones en lugar de monedas.

miércoles, diciembre 28, 2005

Un vestido de color salmón

Todavía no me he comprado una agenda 2006 para llenarla de inacabables listados de tareas pendientes, anotaciones al margen, recortes de periódico, citas citables y demás estupideces que llenan mi día. Y sin tener siquiera el cuaderno aún, ya sé cómo decoraré sus tapas. Este año, voy a llenar la agenda con fotos viejas de mi familia. Esa clase de fotos de bordes ondulados y diluido blanco y negro, tan, tan bonitas y que me resultan tan nostálgicas. Hace tiempo, hablé en un post de un vestido salmón que mi abuela recuerda con auténtico entusiasmo y todo lujo de detalles. Tenía 16 años (1947) y se hizo hacer este vestido, de seda, con el cuerpo bordado, manga japonesa y falda plisada. Además, fue a la peluquería a rizarse antes de ir al fotógrafo, porque la foto tenía que mandársela a su primo José, que estaba haciendo la mili en no-sé-dónde... genuino glamour de postguerra.


martes, diciembre 27, 2005

...me hago mayor


Es algo evidente, muy, muy claro, cada vez más, a medida que me aproximo a los 25. Y se manifiesta en muchas cosas: una, las resacas me duran mucho más que antes; dos, tengo las prioridades mucho más claras; y tres (y más destacada) no recibo apenas regalos en navidad y ya no tengo inmunidad diplomática a la hora de dormir cuando estoy en casa de mis padres. Por dios, me hacen madrugar vilmente, levantando la persiana, con estridentes alaridos desde la puerta de mi habitación de soltera encomiándome a levantarme con el argumento de que ya no tengo edad. Pues que lo sepáis, cada vez tengo más edad.

Nochebuena, árbol de navidad, nacimiento en el recibidor, chimenea encendida, cuatro personas de más de 65 años, tres en la franja entre 48 y 52, y dos de menos de 25. Aún a riesgo de sonar como una madre: me he pasado el día cocinando (cosas ricas: tiramisú, mousse de chocolate, pastel de gambas). Como la mayoría evidente pertenece a los viejunitos, cenamos a la hora de la merienda "porque ya es de noche". A medida que avanza la entrega de los regalos, obtengo la progresiva consciencia de que para mí no hay el acostumbrado montón de regalos y regalos y regalos con plástico de burbujas y papel brillante.

Al final, mi tía me da un paquete. Uno solo: papel mate marrón oscuro, un bulto blando. Un suéter de punto marrón oscuro. Bonito, sí. Mi abuela me da en la cocina bajo mano un billete de 50 euros. Y eso es todo: nada al día siguiente, nada ayer. Y previsiblemente, nada en reyes... me hago mayor. Muy mayor, tanto que la gente no se molesta en crearme esos instantes de alegría superficial y material. Buaaaa.

viernes, diciembre 23, 2005

Un poco más pobre que ayer

Fundamentalmente, mi precariedad económica se ha acrecentado esta mañanita por dos motivos: ayer no me tocó la lotería y sí hice algunos (pequeños) dispendios. Hoy, como no podría ser de otra manera, me voy a casa de mis padres a pasar las fiestas. Qué rabia me da que el anuncio de turrón de todos los años tenga razón, con lo cursi que es (incluso en sus versiones más vanguardistas, con el perro trayendo a la mesa el sombrero salacot del hijo pródigo explorador/corresponsal de guerra/aventurero/indiana/miguel de la quadra salcedo). Pero sí que es cierto que mola llegar, y que todos te reciban contentos, y que tengan regalitos preparados (aunque yo sea una miserable que no traigo nada a nadie, excepto unos turrones de mi lote navideño...) Me pregunto qué me traerán este año los padres...

Foto navideña del año pasado (que hicimos para la postal del trabajo), yo misma, ataviada de mami noel y con piercing, todavía.

martes, diciembre 20, 2005

Bombay Sapphire y Nordic Mist Limón


Sábado in the night, me esperan en Gal·la Placídia, del lado de la calesita (lugar paradigmático donde los haya) para pendonear un ratito, tomar unas copichuelas y dejar que el frío sea el mejor tratamiento facial anti-age. Salgo tarde de casa, nunca tengo en cuenta que el transporte público se rige por sus propias normas, y los sábados a partir de las doce muestra una tendencia anárquica. Vamos, que pasa cuando le da la gana. Una vez dentro de la estación, me consterna ver que llegaré tardísimo si espero el tren, y me aburgueso (tal vez en demasía, considerando el estado de mi cc) tomando un taxi en Balmes. Pobre chico, no tiene tiempo ni de subir la bandera, y me deja en Travessera de Gràcia, previo pago de 2 tristes euros, que me dan hasta un poco de vergüenza.

No me he molestado en tunearme excesivamente, no más de lo habitual. Confío en mi belleza interior, me digo a mí misma con un semisarcasmo bastante sobrado mientras camino el trozo de acera que me queda. Además, sólo quiero satisfacer la necesidad de interacción social y adornar una noche cualquiera con una cierta dosis de purpurina dorada. En el Continental, un par de copas de Bombay Sapphire con limón, con su engañoso color azul y las burbujitas picando en el paladar y la garganta. Después, un taxista malhumorado me deja en casa, sobria al 80%, con las manos frías y los ojos secos (de parpadear poco, haberme dejado las lágrimas en la oficina y mirar en un espacio lleno de humo). Lo que decía el viernes, a veces los findes tienen momentos de belleza inesperada.

viernes, diciembre 16, 2005

Esperanzas, miedos: te robo el título, querido Keane


Los viernes tienen implícito algo esperanzador. Una sensación de alivio, una tácita promesa. Me gusta la sensación de apagar el ordenador a las 18 del viernes, ordenar el escritorio, cerrar la agenda, empolvarme la nariz, ponerme brillo en los labios y salir a la calle con la certeza de tener por delante dos días completamente míos. Por lo general, las mil expectativas (ir al cine, pasear, ver cosas hermosas, salir, descansar, pensar, disfrutar del mundo...) acaban concretándose en dos cosas: dormir y limpiar el piso, que lleva toda una semana acumulando polvo y detritus. Sin embargo, algunas veces, el fin de semana me sorprende con placeres inesperados, con momentos irrepetibles, instantes de esos tan, tan buenos que luego se recuerdan como condensaciones de la felicidad retrospectiva.

jueves, diciembre 15, 2005

Aquellos años 80...

Concretamente, febrero del 86, primer año de cole. Flanqueada por Caperucita y Doña Croqueta, y mirando con suspicacia a alquien fuera del encuadre, moi même... con unos cuantos años, centímetros y kilos menos y un atavío de Ratita Presumida... tan joven y ya se me veía el plumero.

martes, diciembre 13, 2005

Esas incomodidades intolerables

Hoy hace un sol engañoso, y un frío de los que cortan. Compruebo con cinismo una vez más que, cuando algo me irrita, angustia o preocupa, cualquier circunstancia que en condiciones normales no tiene la menor importancia, acaba por exasperarme y multiplica por mil mi incomodidad. Tener los labios cortados y que me piquen tiene mucho que ver con haber abusado del alcohol el sábado, y también con este frío, y también con que no me haya comprado todavía una barra de cacao, con lo poquísimo que me costaría pasar por una farmacia. Así que hoy, me duelen los labios, me arden los ojos, no me acierto con las gotas en el saco conjuntival, se me corre el rímel, se me sube el jersey por la parte de la espalda y me entra un brrrrrrrr frío.

También tengo hace semanas las vértebras cervicales y sus zonas musculares adyacentes hechas una piltrafilla. A propósito de eso, mi mamá me dijo el otro día (mientras me hacía un muy terapéutico masaje con voltarén, qué majo eso de tener una enfermera a full time) que debería hacer yoga, pero que tenga cuidado, que esos lugares donde se imparte a veces son peligrosas sectas encubiertas (aquí, cara de profundo desconcierto por mi parte). ¿Es que tengo cara de cerebro lavable? ¿Debo parecerle a mi señora madre una mente frágil y fácilmente convertible en adepta de cualquier culto/creencia? ¿Es posible que mi madre piense que no tengo criterio y/o raciocinio para distinguir una clase de yoga de un inicuo adoctrinamiento sectario? Y por último, ¿será mi madre una de esas personas escépticas con todo lo oriental? Creo que a priori puede estar tranquila, si no creo ni que el hombre llegara a la luna, si todo lo miro con una gafapastosa y prepotente ceja levantada, cómo voy a creer que los caballeros de la séptima puerta de la estrella del norte o lo que sea, son los únicos e intransferibles salvadores del mundo. Mi abuela paterna me conoce mucho mejor: "Incrédula, atea, comunista". Eso me dice, la pobre, cuando los domingos a la hora de comer le contesto con sarcasmos a alguno de sus alegatos pro-misa diaria. Grave insulto, juas. En cualquier caso, crear una secta es sencillo, sencillo, con esta paginilla que he encontrado enlazada por ahí. Tal vez me anime a lavar, pulir y desinfectar cerebros ajenos, me visto con una túnica fúcsia metalizada, y me pinto con purpurina un tercer ojo en la frente, estilo Ten Shin Han. Todas las opciones son válidas cuando se trata de pagar el alquiler con un cierto superávit pecuniario, y por supuesto, mi propósito sectario sería lucrarme a base de bien.

Y volviendo a las incomodidades, que eran la excusa inicial de este post, también me resulta, cuanto menos, molesto estar estornudando en series de tres. Achís. Salud. Achís. Salud. Achís. Salud. Estornudos reincidentes y desgraciadamente irreprimibles. Pero sin duda, la peor de las incomodidades que hoy sufro exageradamente, es el estómago revuelto. Llegada una edad, una ya debiera tener cuidado con lo que come, pero sobre todo, con lo que bebe. Ya no se puede andar de la mano con José Cuervo tan asiduamente como antes, je. Las molestias gástricas y la ansiedad campan a sus anchas por mi maltrecha zona abdominal desde hace dos días.

(Qué post más largo, cómo me gusta quejarme, por tutatis!)

NOTA: 4400 RAZONES... ¿Y AHORA QUÉ COÑO HAGO? Enoc, tú tienes la culpa de todo. Me incitas con tus exposiciones irrefutables a ver la serie de anoche. Me engancho, me encanta, y hoy no puedo resistirme a ver el desenlace de la primera temporada, con lo que me pierdo el comienzo de Roma, que hace semanas que me muero por ver. Estoy muy indecisa.

lunes, diciembre 12, 2005

Ya era hora

Me tomo una semana de vacaciones para sentirme mejor, para dedicarme a mí misma, hacer cosas que nunca hago. Quiero tener tiempo para escribir, para pensar, leer, mirarme al espejo y pasear. Y acabo sintiéndome sola, durmiendo hasta que me duele la cabeza y evadiendo el momento de pensar, viendo películas de Clark Gable, tapándome con el falso visón en el sofá.

Y supongo que ya era hora de volver a entrar en mi piel, de escribir de nuevo cómo me siento. La del sábado fue una mala noche, no supe estar a la altura de casi nada, ni siquiera pude mantenerme lo suficientemente sobria como para pensar con claridad. Supongo que incluso en las épocas extrañas y en los estados de excepción llega un momento en el que es necesario ponerse de pie, comenzar a ordenar estanterias mentales, darle un lugar a cada cosa. Es patético tener 24 años para aprender a ser una buena amiga y aún así no aprenderlo. Hoy me levanté mitad triste y mitad esperanzada. No llegué tarde al trabajo, hice las cosas bien, traté de organizar mis miedos, mis fallos. Y aún así me angustio, porque no sé cómo pedirte disculpas, creo que el daño ya está hecho, y que he mostrado una parte de mí fea, fea. Cambio y corto, en parlem.

jueves, diciembre 01, 2005

Un mal día y un listado

Una de mis fotos favoritas de siempre, más o menos hacia 1985. Mi mono de rayas no tiene desperdicio, pero también son destacables el conjuntito pijama party de mi madre y el pecholobo ochentero de aquí el señor capo, que conservaba buena parte de su cabellera a lo jackson's five.

Son las ocho y veinte de la tarde, estoy en casa en pijama, con la calefacción puesta (lo contrario es suicida) y con un montón de cosas por hacer, entre ellas, la maleta para irme mañana. Me han pasado cosas feas hoy, cosas tan asquerosamente prosaicas que no da ni ganas de escribirlas, cosas que parecen banales pero que amargan y preocupan. Además, viniendo hacia aquí en el tren he descubierto que mi post de esta mañana ha provocado que todas las perliorejadas del mundo me rodeen, como en un complot. Ahora, me siento frente al pc y soy consciente de que voy a llevar gafas dentro de poco tiempo, porque se me cansan los ojos de tanto monitor y tanto fijar la vista. Con mi bolsa gigante de maltesers a mano, voy a hacer un listado. Me gusta mucho hacer listas de cosas: cosas que llevarme a un viaje, cosas que tengo que hacer, cosas que quiero comprarme, cosas que deseo.

Hace tiempo que no...
- me subo en una atracción o en un columpio
- acaricio a un perro
- le saco la lengua a un niño para ver qué hace
- como tiramisú
- hago el amor de aquella manera
- me tomo un tequila
- me río hasta que me duele el estómago
- escribo algo con rima
- me apetece cambiarme el color de pelo
- me tomo un día sabático sin sentirme culpable
- me pongo a llorar a moco tendido
- me visto de mucha, mucha fiesta
- escribo un cuento para alguien
- le pido a mi abuela que me cuente cómo era aquél vestido salmón, de cuerpo bordado, manga japonesa y falda plisada que se mandó hacer cuando tenía dieciséis años
- hago algo que a mi padre le ponga los ojos anegados de lágrimas
- le mando un mail largo a Dani
- pienso en las cosas que he perdido
- miro fotos de cuando era pequeña

Y ya está bien, ¿no? Tampoco es cuestión de deprimirme al ver el montón de cosas que no hago. Admito listados ajenos.


Gafapastosos y perliorejadas: amores y odios irracionales

Caminando por las sendas inescrutables del blog, me doy de bruces (jejeje, una expresión que me encanta, porque me imagino súpergráficamente la cara de desconcierto que se te queda cuando te topas contra algo que no te esperas) con una palabra que me fascina al instante: gafapastoso. La leo en casa de Patch, y también en otros de los blogs que enlazan con el suyo. Inmediatamente me doy cuenta de que refleja fielmente una realidad, que es la palabra justa para un fenómeno concreto, una invención lingüística que la sociedad pedía a gritos. Necesitaría ayuda para definirla: pero una cosa gafapastosa se reconoce con facilidad cuando te la encuentras, por lo tanto tal vez no sea preciso. (NOTA: Es como un orgasmo, que no se puede definir, pero que cuando se tiene, se sabe, y si no sabes lo que es, no lo has tenido.) Pero sí es necesario mencionar que se está convirtiendo en uno de mis términos favoritos, porque se aplica a cientos de miles de cosas que me rodean. (Oh, dios mío, ¿viviré en un mundo gafapastoso sin haberlo sabido hasta hoy?) Y lo peor, o lo mejor, según se mire, es que me gusta lo gafapastoso, esas ínfulas intelectuales, esa pretenciosidad encantadora, ese esnobismo cultural, esa sensación de pertenecer a una élite incierta y profundamente incomprendida que roza en muchos puntos el frikismo sin caer de lleno en él... estamos frente al nacimiento de un nuevo género urbano, amigos, cuyos adeptos se multiplican de un modo pasmoso. Gafapastosos del mundo, uníos!

Y a raíz del descubrimiento glorioso de la susodicha palabreja, me ilumino a mí misma haciendo una analogía etimológica para componer un término que ilustre otro fenómeno que me horroriza en la misma medida que me entusiasman los gafapastosos: las perliorejadas. De perla y oreja, claro. Es un odio irracional que tengo. Antes de comenzar a vomitar sapos y culebras, debo matizar algunos puntos: me gustan las perlas, me parecen bolitas fascinantes, me gusta su brillo y me gusta su color. Por otro lado, los pendientes son mis accesorios favoritos del mundo, y casi siempre llevo grandes pendientes de muchas formas diferentes. Incluso, esos pendientes formados por una sola perla adherida al lóbulo, como objeto, podrían llegar a gustarme y a parecerme finos y favorecedores. Pero inconscientemente los relaciono con una tipología humana que me produce profunda aversión, y de este modo se convierten en un concepto/símbolo que odio. Me molesta el pijismo que se manifiesta en la perliorejación. Voy a ser sincera: odio a las pijas perennemente perliorejadas. Sí, ya sé: es un sentimiento irracional, y supongo que injusto, pero que no puedo negar. Hasta aquí mi diatriba, que tengan unos buenos días.