Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

viernes, junio 23, 2006

2006 es una república

NOTA INICIAL: Hoy estoy triste por algunas cosas no demasiado graves, y se me ocurre que transformarlas en letritas las hará si cabe aún más leves, como siempre pasa.


Las despedidas mejores siempre son las que no tienen lugar, esos adioses distraidos que siempre ocurren con el Rey. Esos che, linda, nos vemos, cuidate dichos por teléfono, porque nunca pudo llevarme al aeropuerto. En cambio, sí que vino a buscarme cada vez que llegué. Llegando tarde con su cochecito negro sin disculparse (un rey no se disculpa, si quieres le esperas, y si no, te tomás un remís hasta capital, princesa) y abrazándome con esa sonrisa-dani que tan de buen humor me pone cada vez que la veo.

Y, óyeme, liante, siempre fue mejor así, que las sensaciones vividas no trepen furiosas por la garganta al decirnos adiós frente a frente, porque duele tanto contener las lágrimas que es mejor tomárselo con alegría, sin darle importancia a la despedida. Sé que te acordarás del almuerzo del último día del primer viaje. En pleno pleno microcentro, cargados de bolsas como en Pretty Woman, tú vestido de traje y corbata y yo con una cinta en el pelo y los ojos pintados de turquesa. Nunca me había pasado que los lloros ganaran la partida a un bife de chorizo, pero ese día la tristeza pudo con la gula. Luego nos reímos, pero ya teníamos ese hueco irritante adentro.

Este año no hay rey, y hoy estoy un poco ausente, un poco apenada, porque confiaba en volver a verle en su primavera rara, vivir en su mundo fabulosamente aparte durante unos días, reencontrarme con sus risas, su voz y su falta de puntualidad crónica. Me acostumbré a verle una vez al año... no se pueden tener amigos que viven tan lejos. Un mar tan grandote en medio es demasiado.

jueves, junio 15, 2006

Iniciales

Tengo ganas de muchas cosas. En condiciones normales, haría un listado largo y exhaustivo, pero este jueves me siento poco analítica y muy introspectiva, y creo que me encuentro más proclive a hablar de personas que quiero y con las que necesitaría interactuar un dia medio grisáceo como hoy.

Por ejemplo, me apetece muchísimo tomar un café con mi A de toda la vida, y hablar y hablar y hablar del bebé que le crece en el vientre, y de todo lo que eso conlleva en su vida y en la de P. Íbamos juntas a la guardería: una semana nos llevaba mi madre con su R5 azul, y la siguiente su abuelo, con su furgonetita de color natilla. Nos peleábamos bastante en aquellos años, porque ella siempre fue más decidida que yo, que era una cría bastante ñoña y marisabidilla y lloraba por demasiadas cosas. Después, dejamos de pelear y comenzamos a querernos. Y ahora será mamá, mientras a mí todavía me quedan muchos meses de cruzar los dedos mientras espero la regla. Meras faltas de sincronía en vidas que habían sido casi paralelas.

También me apetece ver el piso nuevo de la delicada y transparente M, con su francés solidario incluido, y analizar este viraje que ha dado su contexto en los últimos meses, imprevisto hasta el punto que se desconoce a sí misma de un modo muy divertido. Y hablar con la cada día más estupenda A, y que nos cuente sus cosas de más al norte, llenas de chicos nuevos, de trabajos interesantes, de películas gafapastosas. Y que podamos reirnos las tres, porque todo es leve en realidad y el cinismo nos lo permite, sobre todo, en los escasos instantes que pasamos juntas.

Además, debería repetirle a R que los segundos a su lado nunca parecen suficientes.

Me gustaría retomar conversaciones que dejé a medias. Con el especialísimo A, por ejemplo. Son conversaciones sobre uno mismo, en las que se deja hablar al otro por simple educación, que nunca acaban, porque nunca se habla suficiente sobre los propios defectos y virtudes, y los nuestros son muy a menudo compartidos. A me regaló por mi cumpleaños un libro de Roberto, diciéndome que era casi tan bueno como Julio. A es un tipo delgado de mirada intensa, con muchos rincones en su interior donde no llega la luz, pero sabe de lo que habla cuando habla de libros.

Del rey D, hace mucho que no sé nada de verdad, más allá de apuntes superficiales. Pero ya me acostumbré a tener de él una sola dosis intensiva al año, una terapia de shock que me deja medio confundida, pero al fin y al cabo, contenta de que se pase por mi vida, como una brisa tibia. Cuando le vea, le daré un abrazo y algunos besos, y desearía que fuese pronto, porque su joie de vivre se adhiere como la purpurina.


NOTA FINAL: Por último, ahora, que es jueves y tengo todavía una cierta nostalgia, me gustaría mucho regresar un instante a la quinta, y reírme fuerte con L, con P y con N. De todo y de nada, simplemente de sentirme tan feliz en tiempo real, aunque sea de un modo efímero y sin perspectiva.

Momentos estelares

La fiesta Black & Red dio para mucho en Las Vegas, y paseamos con este insoportable glamour por el downtown... al más puro estilo casino.
La última noche en NYC, con luna llena, cenamos en un barco, con las luces de la ciudad al fondo... I want to be a part of it!!! Central Park, como un súbito golpe verde en mitad de la ciudad, la mañana en que nos íbamos.

lunes, junio 12, 2006

Cosas bonitas que ocurren en mi vida

Es lunes. Ayer por la tarde volví de Estados Unidos, con dos maletas y un montón de fotos, aunque las mejores deberían llegarme al correo en los próximos días. Ha sido increible, una de esas experiencias que se viven como en duermevela, como si fueran un buen sueño, una película o una novela de las que te secuestran entre las letras. Me muero de ganas de contarlo todo, pero a la vez tengo la sensación de que diga lo que diga, me quedaré a medias y no conseguiré hacer justicia a las sensaciones, a los momentos, a las risas.

Me quedé sobrecogida con el skyline de NYC desde el mar, por la noche, tan luminoso como uno de esos vestidos de lentejuelas doradas o como la sonrisa de algunos chicos. Me dieron ganas de llorar al asomarme desde el piso 86 del Empire State, y ver el edificio Chrysler de repente entre los rascacielos me hacía cosquillitas en el alma, como un toque de atención que me recordaba dónde estaba. Si Buenos Aires siempre fue como me contabas, Dani, nunca nadie me contó algo de Nueva York que se pareciera a la sensación que me llevo guardada en la maleta. En cambio, en Las Vegas, me reí de los casinos insoportablemente ostentosos, de las moquetas que atentan al buen gusto, de los platos gigantes de comida inverosímil, de la gente que juega a la ruleta a las 8 de la mañana, de los pasillos interminables y fríos (que me hacían pensar en El Resplandor), de las horteradas luminosas y gigantescas. Casi todo resulta desproporcionado, gigantesco e impresionante en esa ciudad de pecados múltiples.

Leyendo a Roberto en el avión, medio mareada y con los oídos tapados, me sentía exultante, con cientos de kilos de alegría y expectación. Me reía sola en la gran cama de mi habitación en Las Vegas, rodeada de almohadas. Desayunaba sushi y me comía cuatro postres hipercalóricos y era la persona más feliz del mundo. Me asfixiaba de calor a 45 grados y no me importaba en absoluto. Dormía poco, me cansaba, tenía migrañas, pero era feliz, consciente de estar viviendo algo único, absorbiendo todo con todos los sentidos. Borré el tecnicolor del mundo de tanto mirarlo, y dejé la pantalla en blanco y negro. No importa, alguien vendrá a pintarla.