Encuentros en el tercer lineal
Ayer por la tarde, martes, estábamos haciendo la compra postvacacional (esa nevera vacía, esa falta paupérrima de los más elementales alimentos, esa escasez en las alacenas...) en el súper, cuando de repente, eligiendo un queso en el lineal de los ídem, vi a un chico alto, con camiseta naranja, que cargaba una cesta. Le miré a la cara, y no me pude creer la inmensa fuerza que la casualidad tiene en mi vida y la de todos: ese chico alto era Nickol, mi mejor amigo del instituto, a quien vi por última vez hace siete años y a quien había perdido la pista una vez que me robaron el móvil y él cambió de número. No habré cambiado tanto, porque me reconoció al instante, con esa sorpresa cargada de desconcierto e incredulidad. Está estupendo, guapo y grandote, y me alegré inmensamente de volverle a ver. Me encantó que las cosas le vayan bien. Vive con su novia cerca de mi casa, es creativo en una agencia de publicidad y parece contento, aunque él siempre fue de un optimismo que desarmaba, sonriente, decidido y pragmático. Por supuesto, prometimos vernos pronto, y espero que sea verdad. De repente, tengo la necesidad de saber de sus cosas, de recuperarle con aquella complicidad de antes: volver loco a Sanabdón en clase de literatura, escribir en los márgenes de la libreta con boli rojo y los rudimentarios latín y griego de los estudiantes de COU de letras puras y reír a carcajadas de las chorradas que se nos ocurrían. Éramos jovencísimos, mientras que ahora sólo simplemente jóvenes, y éramos medio frikis, mientras que ahora no tengo muy claro si no lo somos en absoluto o lo somos del todo. Espero analizar el tema la próxima vez que nos veamos.