Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

martes, octubre 31, 2006

Y con éste, cien

Saco un humeante cappuccino de la máquina, con el vasito de pvc a punto de fusión, y me quedo un instante pensando en por qué las cifras son importantes. No lo sé. Y si me paro a pensarlo, tampoco me importa. La cuestión es que este es el post número cien que subo al blog. Y 100 es un número bonito.

Cuando mi bisabuela Malena cumplió cien años, fue un hito en mi familia. Hicimos una fiesta en casa, vinieron todas las instituciones del pueblo y le trajeron regalos, en su mayoría ramos de flores y placas grabadas, que mi abuela tiene expuestas en el escritorio del despacho de mi abuelo. Fue el 29 de julio de 1999 y hacía mucho calor. Yo tenía dieciocho años y llevaba un little black dress, sólo quince días antes había empezado a salir con Raül y estaba a punto de empezar la universidad. Ella llevaba un vestido azul marino cuya tela tenía finas franjas brillantes, y una flor azul cielo en la pechera. Su calidez, su presencia callada, las arrugas de su cara y su olor a lavanda Puig. A veces, aún me duele pensar en ella.

NOTA QUE NO VIENE AL CASO: Leo en internet algo que me gusta. "Con los hijos se aprende que el amor absoluto existe". Lo dice Guillermo Arriaga en una entrevista. Y tengo muchas ganas de leer algún libro suyo, porque sus guiones son fabulosos.

lunes, octubre 30, 2006

Irracionales, intensos amores desatados

Cuando algo me apasiona de verdad, me cuesta encontrar las palabras para describirlo, siempre me parece que me quedo corta, que no expreso suficientemente bien cómo ese objeto de mi amor me sacude por dentro. En esos momentos, suelo callarme, no compartir mis afectos, y atesorarlos con avaricia. Como decía Borges, pero con otras palabras, cuando me gusta tanto algo, me siento celosa de que a alguien más pueda gustarle, y me molesta de verdad que guste a muchos. Eso me pasa con Buenos Aires, con la Biblioteca Pública de NYC, con CSI, con House, con la música de Calamaro, con algunos tangos, con Mafalda, y con algunas otras cosas que no vienen al caso.

Desde hace muchos años, cada vez que paso por delante de esa tapia junto a la carretera, levanto la cabeza tratando de atisbar entre los árboles un trozo de fachada, la planta completa del edificio, el jardín. Casi nunca pude ver nada más allá de un tejado de cuatro aguas, de tejas de color salmón. Me fascinaba la casa Fontcuberta, enorme, y la historia de esa familia que se enriqueció con una fábrica textil en plena postguerra. Enriquecerse lo suficiente para pasar de un nivel de vida modesto a formar parte de la burguesía local, y para hacerse construir un palacete extremadamente lujoso, atendido por siete criados y en el que sólo vivía un matrimonio que no tuvo hijos. Luego, el negocio cerró. Con los años, la pareja murió, la casa quedó deshabitada y la heredaron unos sobrinos, que ni siquiera viven en ella.
La casa Fontcuberta era una de esas cosas que forman parte del paisaje sentimental de uno mismo, que en mi adolescencia me provocaba una curiosidad morbosa, una pasión sin límites. Quería, necesitaba saber más cosas, añadir datos a mi base de ídem mental, ver algo más allá del muro, conocer detalles, entrar en la casa, heredarla por algún milagro dinástico. Luego, cuando dejé de pasar por delante, se difuminó levemente en mi memoria, hasta que el viernes mi mamá me dijo que había una exposición sobre la casa, porque era una de las principales obras de un arquitecto de Tortosa, Josep Maria Franquet, que la proyectó en 1943. Vi fotografías, escruté los planos originales, absorbí cada detalle de la decoración, de la arquitectura, me llené los ojos y la imaginación.
Mirando las fotos, me sentía como si hubiera entrado. Casi podía imaginarme el ruido de mis pasos en el mármol, la perspectiva de las lámparas de cristal levantando los ojos desde el hall con sus enormes columnas y su escalera abierta, el frondoso abandono del jardín, el olor a cerrado de las muchísimas habitaciones. Incluso, mirando atrás, podía oir las risas de los invitados durante las cenas en el comedor, los relojes de pared haciendo tic-tac en la noche, las tuberías de la calefacción sonando con ruidos huecos, la señora viviendo en una de las habitaciones del servicio durante los últimos años de su vida. No sé lo que daría por entrar en esa casa. Y cómo me jode que ahora cualquiera pueda verla, sin sentirse igual y tal vez menospreciando lo que ve, con solo entrar en esa exposición, que además es gratis.
COSAS INTERESANTES: 1250 metros cuadrados edificados, 11.800 metros cuadrados de jardín. Proyectada en 1943 por el arquitecto Josep Maria Franquet (1910-1984), que también se encargó de proyectar la fábrica textil Fontcuberta. El proyecto de la vivienda fue publicado en el número 3 de la revista Quaderns d'Arquitectura, boletín del Colegio de Arquitectos de Cataluña. Los jardines eran un diseño de Nicolau Rubió i Tudurí, director de Parcs i Jardins de Barcelona, y en ellos se encuentran numerosas especies exóticas, traídas de diferentes partes del mundo. Por lo menos 7 personas trabajaban a tiempo completo en el cuidado de la casa, aunque en ella solamente vivían Salvador Fontcuberta y su esposa. En sus interiores se han rodado películas.

miércoles, octubre 25, 2006

Ya no hay cartas de amor


Tengo un abrecartas. Siempre quise utilizar uno para abrir los sobres. Cuando era niña, me parecía el colmo de la sofisticación tener un abrecartas plateado y afilado, que pudiera servir, en caso de necesidad, como arma de un crimen, pasional, por supuesto. La culminación del femme fatalismo... eso y pintarme los labios de oscuro. Ahora soy mayor de lo que quisiera, teniendo en cuenta lo rápido que pasa el tiempo, y está recostado sobre mi escritorio: con su hoja larga que se estrecha en la punta, con su empuñadura gruesa adornada de piedrecitas verdes. También me pinto los labios, a veces incluso de color vino o sangre coagulada. Pero los e-mails no se prestan a ser apuñalados con el abrecartas, y los pocos sobres que recibo por correo ordinario no son especialmente atractivos, no se merecen ese corte, ese desgarro, ese raaaas del papel grueso rasgado. Ya no hay cartas de amor. Y si las hubiera, seguro que la impaciencia que domina casi todos mis actos me haría abrirlas precipitadamente, sin acordarme de que tengo un utensilio específicamente diseñado para tal fin. Así que mi abrecartas está sin estrenar. Definitivamente, no soy una femme fatale.

martes, octubre 24, 2006

Breve reflexión con maltesers y un café solo

Ser feliz, o no serlo, casi siempre depende de uno mismo. De la capacidad de abstracción, de la relativización de los problemas, del potencial que uno tiene para valorar las pequeñas cosas y vibrar hasta con los más ínfimos acordes. En mi caso particular, tiendo a sentirme desbordada por las circunstancias, a tener un punto álgido de bajón, aunque suene a paradoja, pero casi siempre acabo encontrando una corriente subterránea de ánimo que me permite levantar la cabeza de nuevo. Malditas cervicales destrozadas. No sé si soy fuerte, a veces me siento tan frágil. Uno nunca aprende del todo como es, eso de "conócete a ti mismo" es una patraña.

lunes, octubre 23, 2006

Gente como vos

Mi amigo Dani también escribe cosas lindas, aunque no lo haga muy seguido. Aunque llora menos por fuera y su optimismo me desarma, por dentro es casi tan blandito como yo. Hoy me dejó un comentario (el primero!!! en toda la historia del blog!!) en el post que escribí sobre la despedida en Madrid, y conociéndole, eso es tan importante que merece por sí mismo un post. El más liante de los porteños me dejó esto escrito en la pizarrita. Casi me lo imagino escrito en boli con su caligrafía loca en un papel de cuadritos. Supongo que por eso es una de las personas que más quiero, y me alegra infinitamente que para Raül también sea alguien especial: desde que se conocieron, me entiende. Gente como él son los que se tatúan adentro, aunque la distancia, aunque el tiempo, vengan a joder.

Hola mi lokita. Ojalá nunca me acostumbre a tus relatos… siempre tan
precisos como soñadores. Como mierda podés describir TAN bien el andar perdido
de tus tacos sobre los adoquines!!! Porque yo los vi y los escuché!!!!... que
gran honor (y sobre todo alegría) ser elemento explotable en tus memorias.

Yo estuve en esa plaza, eh. Pude ver de cerca a esa nostalgia propia de una nueva
despedida. Una más de esas poco graciosas transiciones hacia otra temporada en
la que nos separa un océano; que como bien decís no sabemos cuanto durará pero como bien sabés, se esfuma en el momento (y lugar) menos pensado.

Nuestros encuentros siempre nos dejan perlitas a modo de souvenir. Yo no tengo un blog, pero si puedo jactarme de tener un album repleto de male-perlas: un choripan a bote, un café bajo una diluviante rambla, un almuerzo emocionante devenido en postal porteña de Florida y Corrientes, una agradable cena en el atico con el
entrañable tiramisú… y una cena futbolera en Madrid… todas casi en orden
cronológico y entre muchas.

Cerramos un nuevo capítulo (y de los que a mi sabés que me gustan… los cara a cara). Je, esta vez en una plaza… yo estuve ahí… tambien vi aquella luna y tambien me echaron de una terraza… eso sí, no se me piantó un lagrimón; pero le llegué a hacer un par de guiños a ese botón rebelde/cómplice, invitado accidental y muy bienvenido a otra despedida.

Cuidáte guapa. Ta la proxima. Te quiero

jueves, octubre 19, 2006

Cuando duermo (en la cama, en el sofá, en un avión) y no dejo la boca abierta, no hablo en sueños, ni sufro pesadillas, parece que tengo este aspecto:
Quiero pensar que son los buenos sueños los que me provocan la expresión beatífica que tengo en la foto. Seguramente, fui muy feliz durante esa siesta dominguera tapada con la manta de visón sintético, ovillada en el sofá granate de mi sala, calmada y mediosonriendo por algo no determinado. No recuerdo qué día fue, si había salido la noche anterior, o qué pasó cuando desperté. Sólo, y por culpa de él, que inmortalizó mi sueño sin pedir permiso, algunos millones de píxels agrupados se acuerdan de cómo dormía una tarde, sin pensar en nada. ¿Un secreto? Me inspira un gran balde de ternura pensar qué le llevó a tomar la foto.

lunes, octubre 16, 2006

Las emociones, mi fugacidad

Soy muy sensible a la belleza, que no distingo el corazón de la
cabeza.
Andrés Calamaro, Mi propia trampa


Me mata lo hermoso: me puede y me subyuga. Hace mucho que lo sé, pero muy poco que aprendí a vivir con ello y lo asumí como parte de mi carácter extraño. Me enamoro fugazmente: con amores intensos, felices, pletóricos y platónicos, de hombres, mujeres, niños, momentos, canciones, libros, frases y zapatos. El corazón se me sacude de pronto como agitado en una batidora: piel de gallina, lágrimas en los ojos, voz temblorosa, hormigas paseándose por el interior de mi estómago. Me estremezco, lo vivo, lo siento, y después lo atesoro en mi álbum de recortes introspectivo, en una clase de recuerdo placentero e íntimo.

Hoy vine eufórica al trabajo, feliz de que este largo puente haya sido abundante en belleza. Caminé por la calle oyendo Strawberry fields forever, absorbiendo todo lo bonito que la mañana me regalaba a cada paso de mis zapatitos años 30 y palpitando con el calorcillo del sol madrugador y el bullicio de las emociones recorriendo sus propios caminos bajo mi piel. Tengo esperanzas e ilusiones enredadas entre la madeja de incertidumbre, esta noche me siento a terminar la bufanda de punto y acabo con todo.

miércoles, octubre 11, 2006

El domingo, en Madrid

La luna se pintaba inmensa, redonda y amarilla como una yema de huevo, en el cielo contaminado y sin estrellas de la ciudad. Un botón rebelde de mi blusa se desabrochaba con cada respiración y algo muy parecido a la nostalgia se aferraba a la boca de mi estómago cuando caminaba. Una nostalgia previa, definitiva y dolorosa. Me enredaba en la calle adoquinada con mis tacones, y andaba con ese rumbo perdido de los pasos que fingen ser seguros pero que en realidad no saben muy bien a dónde te llevan. Madrid entero está en obras, era domingo por la noche y yo me sentía un poco borracha y bastante pequeña, mientras los nervios me cosquilleaban adentro. Toda la fatiga de un fin de semana trabajando me pesaba en los músculos y se acumulaba en mis pies pequeños, y el ajetreo de la gente en la calle me recordaba que en Barcelona a esas horas de un domingo caminas solo por la acera, con la única banda sonora de tus pasos en la vereda. Me quedaban todavía mucha noche, mucho alcohol y muchas conversaciones, pero el centro del mundo parecía ser esa despedida: breve y fingiendo no serlo.

Miré a la luna a los ojos en la Plaza Mayor, cuando ya nos echaban de las mesas que ocupábamos, y un reguero de maquillaje desapareció de mi piel a la vez que las lágrimas desbordaban el límite de los párpados y se precipitaban mejilla abajo, como ríos pequeñitos. No es tristeza, te dije. No estoy triste, pero no puedo evitar que la nostalgia se convierta en llanto cuando sé que te vas.
Pibito, perdoná si al evocarte se me pianta un lagrimón.

martes, octubre 03, 2006

Glitters y felicitaciones


Siempre quise utilizar para algo el generador de textos en glitter. Era mi horterasueño, así que aprovecho que Ginger me ha puesto en sus efemérides, y en el fantástico día en que cumple 43 años, la felicito con un regalito brillante y lleno de purpurina!!

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Happy birthday, dear blog

Hoy este blog cumple un año. No me voy a ir de copas, a emborracharme con tequila para celebrar que arrastro este tinglado todo este tiempo, ni nada parecido. Y tampoco voy a hacer ningún balance de estos doce meses, ni resumir en tres líneas todo lo que ha pasado. Al fin y al cabo, un año es muy poca cosa. Así que os invito a un pastelito (pequeño) en mi casa de flores en 3D (como dijo Ginger en un comentario). Os podéis sentar tranquilamente en el sofá blanco, aunque lo manchéis de chocolate, poner los pies sobre la mesa y cambiar el cd que suena.


NOTA FINAL: El pastelito me lo prestan sin saberlo los chicos de Getty. Nos lo vamos a tener que comer rápido, antes de que vengan a pedir derechos.

lunes, octubre 02, 2006

Algunos meses después

La lavadora centrifuga ropa de colores, dos rodajas de atún se descongelan sobre el mármol de la cocina y mis tripas comienzan a avisarme de la hora de la cena. No hace mucho que he llegado a casa, y todavía se amontonan en el escritorio un par de tareas que debería terminar, pero hoy he decidido que me premiaré a mí misma con toda la felicidad que pueda reunir de ahora hasta el momento en que oiga sus llaves en la cerradura. Hoy decidí dejar el mal humor en el rellano de la escalera y me limpié las preocupaciones en Gustavo, mi felpudo con forma de rana, y me siento mucho mejor. Aunque estos días no sean buenos, y aunque la anemia vuelva a aparecer en mis análisis, me siento más fuerte y sonrío más ancho. Algunos meses después de la vuelta de las vacaciones... Malenita en la montaña.