Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

martes, junio 12, 2007

Cuestión de sílabas

Algunos días no puedo hacer nada más que dejarme deslizar sobre las suelas de estos zapatitos blancos, como si la vida fuera una cinta transportadora. Cuando todo el peso de los kilómetros de aire que hay sobre mí se deposita en mis hombros, el calor me hipotensa y me siento incómoda en esta piel picajosa y llena de pecas, tengo la absoluta certeza de que necesito vacaciones. Pasa más o menos una vez al año, cuando los niveles de saturación laboral llegan al máximo y casi superan sus propios récords. La exasperación batida con la pereza hasta formar una pasta elástica y espesa, parecida a una bola antiestrés, deformable pero indestructible, se hincha como un globo en un punto fijo entre mi pecho y mi estómago. Crece y se acomoda, agobiando un espacio pequeñito. Quiero salir de este antro gris pálido.

Quiero gritar. Y gritaré.
Estoy en una de esas encrucijadas. Me pregunto si debería insistir o desistir.

miércoles, junio 06, 2007

Uf

Prometí. A mí misma y a esa parcela de cielo de nadie que se veía desde la ventanilla, mitad azul, mitad algodón blanco. Que no olvidaba, que no dejaba pasar ni un solo matiz de un final sedoso. Juré que recordaría ese minuto de calma, como recuerdo todo lo que me importa. Como recuerdo conversaciones, situaciones, miradas y gestos, al detalle, fotográficamente, cinematográficamente, atesorando sin querer cosas que no son tesoros.

Pero se me olvidó recordarlo. Ahora sólo me suena, con un eco vago. Será que en realidad era irrelevante. O uno de esos tesoros que se buscan con un mapa.

martes, junio 05, 2007

Insectos aletargados

A veces las cosas que no usas se cubren de una capa polvorienta, mate y espesa. Si uno no está pendiente y las frota con un trapo húmedo, sacándoles el brillo y volviéndolas a la vida, se aletargan como insectos. Nunca sabes si están vivos o muertos, a menos que los toques con el dedo y se desintegren en un polvillo crujiente. Alitas, patas y tórax mantenidos en su forma como por arte de magia, hasta que la yema de tu dedo rompe el sortilegio.

El tiempo es así: polvoriento, mate, espeso, cubriendo las cosas que hasta hace poco palpitaban, húmedas, calientes y ansiosas. Las historias que hace sólo un par de meses te hacían orbitar en torno a ellas, centrando los sueños, agrandando las palabras, ahora son insectos muertos, rastros de polvo, nubecillas volátiles, recuerdos inciertos, sueños improbables, dudas razonables. En realidad, sabes de siempre que sólo hace falta esperar un poco para que todo se disipe, y el latido se ralentice de manera notable hasta que ya no duele, pero se te olvida recordarlo mientras lo vives con toda la implicación de que eres capaz, mojándote hasta la barbilla y adéntrandote hasta que pierdes pie. Sólo es necesario aguardar con un zumbido de fondo de línea ocupada, con un intermitente ajetreo en tu interior, con un velo grueso sobre la memoria, con un sueño tranquilo y una paciencia redescubierta. Apretar los dientes, contener las ganas de correr tras él, levantar la frente y no marcar su número. Y entonces, día a día, es más sencillo vivir con eso. Y un buen día, te levantas y donde estaba la demencia, sólo hay un leve residuo, entre amargo y dulce, un latido solo, la insinuación de un brillo apagado.

Entonces, suena el teléfono, y te preguntas por qué. Quién es esa voz, quién eres tú, quién fuiste entonces y quién serás a partir de ahora. En cierto modo sigues, pero de otra manera, sin urgencia, sin sed ni desesperación. Queriendo dejarte querer, pero sin imponer tiempos y espacios: cuando sea y donde sea, donde diga la casualidad, donde toque, donde se complete el puzzle. Qué más dará, mientras le tengas otra vez encajado en tus muslos, envuelto en tu olor, atrapado en ti. O ni siquiera eso, porque al final, el interés también es un insecto.