Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

miércoles, julio 26, 2006

Memento mori

Algunos días las ideas me estallan ante los ojos como burbujas de jabón, grandes, brillantes e irisadas. Suele ser cuando estoy contenta, y es como si lo mirara todo a través de un papel de celofán de colorines. Son días de colores radiantes, en los que ando por la calle con entusiasmo, escribo frases mentalmente, pienso cosas bonitas que quiero hacer, me ilusiono con facilidad y lo feo que me pasa me lo tomo bien.



Hoy no parece ser un día de esos, me levanté demasiado tarde soñando cosas raras, salí de casa corriendo y sin desayunar, y me caí por las escaleras. Fue una de esas caídas clásicas e idiotas, en las que resbalas y te ves en el suelo sin saber cómo has llegado hasta ahí, con el agravante de que golpeé con la nuca en un escalón, con la base de la columna en otro y con el codo en un tercero. Ahora me duele la cabeza de manera intermitente y el codo derecho ha adquirido un color violáceo y un volumen inusitados. Me asusté un poco al levantarme, con esa clase de sobresalto retrospectivo tan habitual, porque podría haberme hecho daño de verdad, daño-daño. Y pensé cosas como que estaba sola, y que en la escalera casi no hay nadie a estas alturas de julio. No pasó nada, no tuvo importancia real, sólo un resbalón tonto, pero igual, memento mori.


NOTA INTROSPECTIVA: Hace días que pienso insistentemente en tener un hijo, aunque ya sé que no es precisamente el mejor momento. Este inoportuno instinto maternal se me hace enorme, enorme, por no atendido.

martes, julio 25, 2006

Este insospechado verano

Estoy cansadita cuando esta mañana me despierto empapada entre mis sábanas azules, y la mañana riza sus bordes cristalinos, escurriéndose bajo la persiana. Es bastante temprano y ya me siento cansada por el calor (no es novedad, lo está todo el mundo en estas latitudes), perezosa y atribulada por unos sueños absurdamente reales que condicionan mi humor a primera hora.

Creo que necesito apagar el pc y sólo conectarlo cuando realmente me apetezca, para leer cosas bonitas o mirar fotos de instantes radiantes pasados. Me urge hacer un ratito de fotosíntesis cada día, cuando el sol aún no quema, y sentir con las plantas de los pies la arena de la playa, las baldosas de mi terraza, el césped del jardín. Estoy convencida: necesito una terapia de paz interior basada en poner la mente en blanco, respirar hondo, escuchar a Andresito y comer cosas buenas. Quiero sentarme en terracitas del centro a ver pasar los minutos tontamente, tomar mucho té frío, observar detenidamente objetos brillantes, mirar chicos guapos por la calle, leer de nuevo ese angustiante libro de relatos de David Means y reirme con las complicidades de la gente que quiero. Estas vacaciones quiero ver largamente a las chicas: a Ana con su increíble tripa creciente, a Alda con su devenir pausado. Acordarme de Marta, que estará en un pueblito perdido en Nicaragua llamado Palacahuina, viviendo cosas nuevas y durmiendo en una mosquitera impregnada monoplaza, pero que en caso de necesidad podría albergar a dos humanos delgados.

Creo firmemente que el verano merece que esté un poco por él, que pese a los cambios pueda prestarle la misma atención que cada año. Caminaré a paso lento mientras pienso en cosas que hace mucho que tenía olvidadas, trataré de pensar en como se orienta esta clase de nueva vida mía. Quiero gozar de la felicidad a cada instante, para prolongarla en el tiempo y conseguir a fuerza de voluntad que sea una constante. Confío en la posibilidad de inducirla.

NOTA FUNDAMENTAL DEL FINAL DEL POST: Hace algunos días, el rey me dijo que en 2006 se había abolido la república, y que finalmente viene en visita oficial a Barcelona. Me gusta mantener este ritmo de una visita al año, que no hace daño. Lo cierto es que me emociona considerablemente su visita. Espero que me traiga alfajores y dulce de leche.

martes, julio 18, 2006

No lo abandones, él no lo haría

Verano, mala época para los blogs.


jueves, julio 13, 2006

Nota de última hora

Hoy es el cumpleaños de mi papi. Son 53 años, 25 de los cuales ejerciendo como padre, y 27 como marido de mi señora mamá. Creo que es feliz, aunque sea un poco ogro y tiende a precipitarse al emitir juicios. Lleva bigote desde hace eones, y no hay quién le convenza de que se lo quite, está segurísimo de que le disimula una nariz bastante importante. Una vez, hace más de diez años, alguien lo definió como un señor calvito con un polo azul marino, cosa que me causó mucha gracia y que siempre recuerdo. Desde que me hice mayor, nos reímos casi con las mismas bromas, ambos somos bastante soeces y nos queremos incondicionalmente, con ese vínculo padre-hija tan clásico y tan fuerte. Está orgulloso de mí por encima de todo, lo que me hace exigirme más para estar a la altura de su orgullo. Un detalle importante: siempre me muero de ganas de verle, y sin embargo, a los dos días que estamos juntos ya andamos a las greñas. Es lo que tiene parecerse tanto a alguien.

Tiempo de cucarachas

No estoy segura de por qué, pero llega un día, mediado mayo, en que las cucarachas (americanas, rojas, planas, repugnantes) aparecen y ocupan, en pequeñas multitudes, unos metros de la acera que va desde mi casa hasta la entrada del metro, justo frente a la peletería, la joyería, y la tienda de muebles de cocina más preciosa del mundo. Nocturnas, alevosas e inspiradoras de intenso asco, se mueven con rapidez y se esconden en los rincones más diminutos. Comienza la época de las cucarachas.

Por la mañana tempranito (más de lo que yo quisiera, pero menos de lo que quisiera mi jefe) paso por allí con el pelo todavía húmedo y los ojos medio pegados, dando saltitos y esquivando sus cuerpecillos crujientes e infectos, temiendo que un día una esté más viva de lo que parece, se dé la vuelta y trepe por mi sandalia, causándome una parálisis instantánea, o lo que es peor, un ataque de histeria que me haga chillar y sacudir la pierna de un modo totalmente indecoroso para esas horas de la mañana. Creo que no me sentiré segura hasta que un día salga hacia el trabajo con el letal spray de cucal dentro de mi bolso de verano, preparada para el exterminio masivo.

Tengo pesadillas con insectos muchas, muchas veces. Odio irracionalmente a la mayoría de insectos. Me dan asco, miedo, repulsión instantánea y más cosas. Tal vez por eso me gusta que en mi terraza viva una pequeña familia de lagartijas, con su hijito minúsculo. Se los comen y me encanta verlos gordos y lustrosos las noches de verano. Son mis guardaespaldas. Aunque lo cierto es que aprender a vivir sola es una infiltración de coraje directamente en vena. Me doy cuenta cada vez que, al enfrentarme a un bicho de más de un centímetro de grande, me cuesta menos no saltar de espanto, y me resulta más sencillo coger un objeto contundente y atizarle con decisión. Me estoy volviendo una gélida y despiadada maestra del insecticidio. Insectillo, te equivocaste entrando en esta casa, le digo al interfecto, ignorante de que su óbito está ahí, ahí. Y me importa una mierda si la supervivencia de su familia depende de él, si tiene alma, si es Gregorio Samsa o un ser indispensable para el círculo de la vida. En mi casa, me reservo el derecho de admisión, porque para eso pago un alquiler desorbitado.

miércoles, julio 12, 2006

A veces pasa

Le echo de menos, es innegable. Siento su ausencia en cada pensamiento y en cada acto, como un vacío similar al que sientes cuando tienes hambre. Me falta algo. Seguro que mis horas tienen más de 60 minutos.