Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

miércoles, julio 25, 2007

Clásico humor de finales de julio

Más que nada, es la anestesia lo que me preocupa. Esa clase de sólida somnolencia que se aferra a mi desvelo, una sedación consciente que hace mis pasos blandos y transforma mi mente en una habitación acolchada. No sé si lo que necesito es prozac, una camisa de fuerza o unas vacaciones. Comenzaré por lo último y avanzaré en sentido inverso hasta que me sienta mejor.

jueves, julio 19, 2007

Fracturas

Algunas veces las cosas se rompen en silencio, sin un enorme crash ni estrépitos de ninguna clase. No cómo una taza que cae del estante y se desgaja en mil pedazos sonoros, con una onda expansiva de desconcierto. Un cristal de la ventana amanece partido, quién sabe porqué, y nadie oyó cómo, ni cuándo, decidió aparecer esa grieta que lo atraviesa en diagonal. A veces, la gente, las situaciones, enferman durante tanto tiempo que la muerte llega sin ruido, transparente y sigilosa. Y nada se quiebra con un estallido, no supone un cambio, ni siquiera una tragedia. Las cosas se rompen poco a poco, y la fractura final es un adiós blandito, un desvanecimiento sutil, un último suspiro inaudible, casi un alivio. Intuyo que el dolor no desaparece por no aparecer de golpe, sólo se pospone, guardadito entre los pliegues sedosos de la normalidad, y gotea desordenadamente en los días, las mañanas, la memoria. Cualquier día el sufrimiento llega como una cuchillada. No, no tan feroz e intenso. Como una migraña: crónico, sordo y continuo. Porque a veces, los finales son sólo puntos finales. Y la vida sigue cicatrizando en el capítulo siguiente. Tanto que el final es fantasmagórico y fácil de pasar por alto: un papel impecablemente blanco marcado por la tinta negrísima de un signo tipográfico. Como éste.

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lunes, julio 02, 2007

Daniel. 28.

Dani cumple hoy 28 años. Hace casi seis que le conocí, de espaldas a mí en una clase atestada, como siempre, despeinado. Era casi de noche, y prácticamente acababa de aterrizar. Se dio la vuelta de repente y sus ojos fueron una gran sorpresa azul. Una sorpresa envuelta en el papel de regalo de sus pestañas oscuras, de su risa grande, de su narizota. Bah, siempre fui sensible a la belleza, qué tontería negarlo. Vino a Barcelona durante una temporada, a estudiar y vivir, a ser alguien nuevo sin dejar de ser quien era. Se enamoró de Barcelona, pero lo que no todavía no aprendió es que Barcelona también se enamoró de él, por eso se fue a Buenos Aires guardada en su bolsillo y en su bobo.



El día que volaba de vuelta, le regalé Rayuela, y lloramos juntos en el ferrocarril. También lloramos cuando me llamó desde el aeropuerto. Y lloramos más aún la primera vez que tuve que irme de una Buenos Aires primaveral y con su olor a querido libro viejo. La segunda, ya no lloré, porque la certeza de que volvería a verle se imponía a cualquier otra nostalgia. Y por fin, el pasado octubre en Madrid, reíamos mientras nos abrazábamos en la acera, de noche y con una luna enorme. Nos habíamos ganado, al final.


Después de tantas palabras y de tantas distancias, lo mejor que puedo decir de él es que sigue siendo una sorpresa, yendo y viniendo al aeropuerto con sus prisas, su tardanza, entrando y saliendo de mi vida sin prudencia, sin llamar al timbre. Lo mejor que puedo decir de Dani es lo mismo que puedo decir de nosotros dos: continuamos ahí, al pie del cañón de un nuevo tipo de amistad que nos inventamos. Porque al final, el tiempo pasa por él y acaba siendo amigo suyo. Los momentos con Dani siempre son de esos que colgarías en la pared con alfileres, para no olvidarlos. Da igual que sea remando en un barquito en Palermo que en un bar de la Plaza Mayor o que en la terraza de mi casa, con la tranquilidad de una noche de verano sin prisa.



Alguien dijo de Federico García Lorca que cuando él entraba en una habitación ya no hacía frío o hacía calor, "hacía Federico". Eso es lo que pasa con Dani. Nunca es uno más.




NOTA PARA ALUDIDOS: Cheeeeee, pibito. Me salió mal. Quería que fuese más lindo. Pero igual, oírte es infinitamente mejor.

Desatando

Esta mañana, me despierto tarde, y no tengo tiempo de desayunar antes de salir de casa. Incluso así, pierdo el tren y llego al trabajo tarde, ahogada de calor y con el maquillaje a medias. El día comienza con problemas, como empieza a ser habitual en esta redacción de dios. Pero me siento liviana, a pesar de un fin de semana de ciertos excesos, y salto limpiamente por encima de los obstáculos. Tengo una leve sensación de invulnerabilidad, y de que mi optimismo es mi coraza. Incluso me permito dedicarme unos minutos para reír, para preguntar, para ser yo misma en un sitio donde solo puedo ser alguien que trabaja y organiza.

Aún medio dormida, me pregunto de qué depende que me desate, que tenga uno de esos días de efervescencia incontrolada, de desbordar los límites de mi propio continente y de provocar aleteos de corazón propios y ajenos. Lo cierto es que necesito intensamente que me toque y que mi cuerpo responda al tacto con un diiiiing como de copa de cristal fino, y el sonido se acompañe de una arrolladora piel de gallina, como esa que es precursora de un orgasmo, que corre por dentro como un roce de tela y piel. No sé de qué depende, pero hoy es uno de esos días en que vivo para ser feliz con el goce físico, que me enamoro de los detalles, los colores y los sonidos. Y me alegro de ello, porque quiere decir que no estoy del todo out. Donde out significa muerta de asco.