Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

martes, octubre 30, 2007

Con bollitos y miel

Soy una de esas personas que no se guardan casi nada, que sienten la necesidad de explicar los terremotos a la gente cercana. De hecho, compartir las cosas buenas que me pasan y las emociones que me crean es en el fondo una manera de disfrutarlas más, de incrementar su grado de realidad, de hacerlas más palpables y más tangibles.

Sin embargo, hay algunas piedras preciosas que son sólo mías, que guardo con mimo y que protejo con todas las armas a mi alcance: el silencio, la abstracción. Porque el hecho de conservarlas en mi interior más suave hacen que sean exclusivamente para mí, significa no pervertirlas, no mutilarlas ni adornarlas, y que sean recuerdos completos, enteros y tan brillantes como los momentos que los gestaron. Callarlas es convertirlas en cicatrices internas que me hacen más yo, imperfecciones perfectas, detalles inimitables. No voy a compartir esas flores ni esas risas, ese olor y ese tacto. No quiero oir a nadie que me diga que no es para tanto, que me acerque los pies al suelo. No necesito segundas opiniones, planteamientos, razón.

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viernes, octubre 19, 2007

Caramelitos

Qué hermosas eran aquella noche su mirada enturbiada por el alcohol y la aureola de arrugas de risa alrededor de sus ojos. Su mirada, fija en mí, me llegaba como un soplido de aire tibio recorriéndome la espina dorsal. Su sonrisa, apenas esbozada, apenas insinuada, jugueteando con palabras inaudibles, tenía el mismo brillo que esos caramelos en bote de vidrio que adornan los estantes de las tiendas caras. Si fuera un caramelo de un intenso color rojo, le sacaría el papel irisado poco a poco, notando como cruje entre mis dedos, y lo miraría antes de metérmelo en la boca y comerlo lentamente, llevándolo de una mejilla a otra con la lengua y sintiendo como se deshace en azúcar hasta ser parte de mí.

jueves, octubre 18, 2007

Tras dos años

No sé muy bien porque decidí llamar así a este blog. Supongo que el día en que lo abrí, hace más de dos años, me pareció una buena idea. En esas semanas, eran dos palabras que se me agrupaban a menudo en la mente. Era un estado de ánimo, la tempestad que me suele agitar por dentro, y que viene precedida y seguida por engañosas épocas plácidas. Esta casita de mentira tenía que representar a mi clásica tormenta, la tormenta que responde a mi propio paradigma de tormenta.

Soy así, inestable, revuelta. Con un manantial de dudas, de miedos, de angustias, que choca con mis risas, con mis buenos momentos, con mis instantes brillantes, creando torbellinos extraños en mi interior. Sigo aquí, dos años después, escribiendo menos, palpitando más y sufriendo de a ratos. Me pasan cosas, cosas pequeñas, cosas medianas, cosas que hacen que sea más y menos niña a la vez. Doy cuerda a mi ilusión con franjas de meses, de futuros latidos, y cuando eso acaba, miro hacia otro lado. No sé lo que quiero.

Sin embargo, hay cosas que no cambian, que me siguen rodeando como si fueran parte de esta piel transparente que no me protege de nada.

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Un vuelco el corazón

Imaginemos una corriente de aire en una habitación casi vacía y una puerta que se cierra con estrépito. Un portazo inmenso que desestabiliza el ambiente, que nadie se espera, que sobresalta hasta al más pintado, que eriza el vello de la nuca y para los latidos del corazón por un instante.

Era de noche, y en la calle fría no había puertas. Pero todas las del mundo se cerraron a la vez cuando él dobló la esquina con las manos en los bolsillos y los ojos más sonrientes que ella había visto jamás.