Tormentas Paradigmáticas

Aquellas perturbaciones que se ajustan a mi propia idea mental del concepto tormenta...

viernes, mayo 11, 2007

26

Ayer, día 10, exactamente a las 15 horas, cumplí 26 años. Tuve regalos (estupendos), celebraciones y muchas felicitaciones que me hicieron feliz. Pero además, el día tuvo momentos álgidos de tristeza casi inexplicable. Y me abstengo de hacer ningún otro comentario, ni positivo ni negativo, al respecto.

martes, mayo 08, 2007

Sin comas, ni puntos, sin respirar

a veces sirve que te mientan es más lo pides aunque sepas que nada de lo que salga de esa boca hambrienta será cierto te hace bien oirlo e incluso una parte pequeña de ti lo cree y piensa que si lo dice es porque lo siente un poco si no podría negarse callarse decirte no pero si pronuncia la frase sin dudarlo en voz susurrante que acaricia tu oído y agita tu pecho pueden ser dos cosas que lo sienta aunque sea poco que lo empiece a sentir que la conciencia le crezca adentro o bien que necesita decirlo para que te calles para que no le pidas más cosas raras para que no le tengas en vilo a punto a punto para que le abraces también con las piernas para que seas suya sobre todo con el cuerpo húmedo y ágil porque no le importa nada más allá de este instante pero lo dice no una sino mil veces seguidas sin pausa sin comas sin puntos sin respirar aunque sea mentira lo dice y en ese momento lo piensa porque te lo dice y no duda no vacila y no le cuesta decirlo le brota la frase estalla entre los dos y sigue diciéndolo cuando ya no hace falta repitiéndolo como un mantra una letanía una oración que le ata al mundo que le ata a unas sábanas que le ata a tu piel blanca que le ata en el fondo le ata y se deja atar

Dos cosas bonitas que deben mencionarse hoy

1. Ayer recibí una carta. Un sobre marca galgo de color blanco, alargado. En su anverso, un sello autoadhesivo con código de barras, ilustrado con una bandera, que me indica que la carta pesa 20 gramos, que salió de Buenos Aires el día 27 de abril y que enviarla costó 4 pesos. El anverso también tiene dos direcciones escritas a mano en bolígrafo azul oscuro. La caligrafía, redondeada, y diría que con un poco de serif, con letras que se enlazan unas con otras y tildes casi horizontales. El nombre del destinatario (yo) y del remitente, en mayúsculas, y el resto en minúsculas. Creo que es una letra de persona metódica, inteligente, sensible. Es más, estoy segura: lo es. En el reverso, nada. Dentro, una tarjeta de papel verjurado color oro viejo, bastante gruesa, de una medida aproximada de 10 por 15 centímetros. A un lado, una pegatina del Café de Nuit de Van Gogh, y al otro, un mensaje manuscrito, cuatro frases y una firma. Hago una descripción exhaustivamente física, porque no sé cómo empezar a describir la emoción de recibir una carta hermosa entre tanta factura teléfonica y papel del banco, lo especial que fue ese detalle para mí. Gracias, Vic.

2. Los tengo. Me escapé un momento a mediodía, hace un momento, justo cuando la zapatería estaba a punto de cerrar. Me los probé, me subí sin ayuda de escalera a esos 15 centímetros de tacón, me miré al espejo. Me re-enamoré hasta cotas impensables. Cerré los ojos y le di la tarjeta de crédito a la dependienta. No quiero verlo, pensé, he hipotecado mi alma y un trozo de riñón por unos zapatos de primavera. Son como en mi sueño, pero con la piel más suave. Mmm, qué frivolidad tan deliciosa.

lunes, mayo 07, 2007

Precipicios

Qué miedo estar así, al borde, y saber que un paso, un solo paso, es zas, al fondo. Tengo esa clase de vértigo sin altura que atenaza la boca del estómago y recorre la espalda con un escalofrío-frío, como de montaña rusa pero en serio*. Me ronda por dentro una sensación como de presagio, como de cercanía, de final de trayecto, de posibilidad próxima, que tal vez quede en eso, una sensación. Pero si no, qué miedo dar otra vez vueltecitas-peonza, y reír hasta que estalle el globo de mi vestido sin que importe nada, y eso sobre todo, que no me importe nada en el mundo, es lo más desorientador para alguien como yo, que lo controla casi todo. Morirme de ganas de decir cosas, y lo que es peor, decirlas, sin culpa ni duda ni miedo ni prudencia ni estrategia. Sólo vomitar palabras a borbotones, con toda su intensísima carga semántica, su ristra de connotaciones y de dobles sentidos, su séquito infinito de quisedecir, su peso emocional, su recuerdo indeleble. Decirlas, y luego saberlo, recordarlo, sentirlo y sufrirlo, cargar con la culpa, las consecuencias. Uf, qué miedo otra vez sufrir ese descontrol (divertido y estresante) sobre mí misma, esas licencias para matar, esa excesiva tolerancia sobre mis actos, esa permisividad que no merezco y me otorgo.

Y si al final nada ocurre, será más tiempo invertido en elucubraciones que no llevan a un sitio concreto, no? Tiempo empleado en conocerme. Pasar rato conmigo y aprenderme.


* De pequeña, que me asomara a los balcones era altamente peligroso. Necesitaba tirarme, con una desmesurada e inconsciente atracción por el vacío que me convertía en una pequeña kamikaze. Me sostuvieron, me enseñaron y ahora ya no quiero tirarme casi nunca, aunque la distancia entre mi frente y el suelo sigue siendo algo con impulsos de atraerse.

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Mi reino por unos peep-toes

Desconcierto inicial. No entiendo los vericuetos de mi mente. En el fondo, debe ser más manipulable y floja de lo que pensaba.

Esa abertura en la parte delantera del zapato, horreur, en los zapatos de mi abuela y de todas las abuelas. Odiada y denostada durante años, símbolo de una moda pasada y súper-pasada. Como las zapatillas victoria, relegadas durante años al olvido, el ridículo y la nostalgia de una infancia ochentera llena de bambas de colores. Y de repente, un buen día las zapatillas irrumpen en las calles y las llevan los modernos, como las all-star en todas sus variantes (otro ejemplo de rentable reintroducción y recuperación de la prenda en peligro de extinción). Y de repente, una noche sueño que me compro en la zapatería de abajo de mi casa unos zapatos negros, con un dedo de plataforma, tacón muy alto.

Y al despertar, esa abertura ya no es un agujero inútil que deja asomar unos dedos feos y que se clava en el dedo gordo. Es peep-toe, y mi mente contempla la idea de llevar unos. Más bien, mi mente acaricia la idea, sin pizca de desagrado. Acto seguido, ese zapato se convierte en mi siguiente objeto de deseo, a la cabeza de la lista de las cosas que me gustarían por mi cumpleaños (justo antes de un pantalón pitillo, que es otra de las prendas que aborrecí durante años, después de haber superado mi etapa punk). Tras debatirme entre la racionalidad, el respeto a mis finanzas maltrechas y mis deseos innecesarios, y después de echar una ojeada culpable a mi parque de calzado, decido en un rapto de locura fashionista que me los autorregalaré esta tarde, en un homenaje a Dita Von Teese, mi pasión pin-up, el vintage, los años 60, y a la laca de uñas rojo-anaranjado que estrené ayer en mi primera pedicura primaveral. Y punto.

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viernes, mayo 04, 2007

Como una canica

Un mes parecía un siglo cuando colgué el teléfono y respiré hondo. Una espera picante y casi dolorosa que hacía bullir esa impaciencia que siempre reside en mí. Un mes, cuatro semanas, treinta días, setecientas veinte horas, cuarenta y tres mil doscientos minutos, más de dos millones y medio de segundos, de manecillas corriendo y números digitales parpadeando antes de ponerme esas medias de crochet, esas botas altas, ese vestido negro y minúsculo. Antes de meterme en la ducha y untarme de la cabeza a los pies con crema con olor de vainilla. Siempre me gustó oler a postre.

Un mes administrando la prisa, cortando la ansiedad a trozos pequeños, congelando en pequeños tuppers las ilusiones. Un mes entero para definir mis intenciones, para tomar decisiones bien tomadas, calcular y controlar. M me decía por las mañanas, frente a un café con leche y un periódico gratuito, cuando le contaba mis planes excitados y semi-dudosos, que mi cuidado por los detalles debería ser paradigma. Para mí es dogma. Cualquier cosa fuera de su lugar natural es presagio de un desastre inminente, una grieta en una seguridad que cuesta mucho esfuerzo y estoicismo construir. Los detalles deben mimarse, la vida se hace de detalles precisos. Agarré con fuerza el asa de mi bolso de mano. Junté las piernas al bajar del taxi. Me abroché el abrigo rojo hasta el cuello. Apreté el estómago, levanté la cabeza, bajé la barbilla al pecho. Caminé con un pie delante del otro por el suelo de madera. Abrí la puerta de cristal con decisión estudiada. Miré al camarero a los ojos.

"Un señor la está esperando"

Y ahí, justo ahí, se fueron a la mierda las defensas, las tres capas de rímel, la manicura perfecta, la serenidad autoimpuesta. Los minutos y mi metabolismo se atolondraron, la vida galopaba. Los detalles se disolvieron en favor de una noche redonda, redonda. Redonda, brillante, cristalina, como una canica.

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martes, mayo 01, 2007

Sur le pont d'Avignon...

En Semana Santa, estuve en la Provenza con Raül, Alberto y Arnau. Fueron unos días divertidos, con un sol grandote, momentos llenos de risas y comida estupenda. El último día, en Avignon,antes de volver a subir al cadillac marsellés de vuelta a Barcelona, dormí una siesta pequeña sobre el césped, junto al río. Esta es mi cara y mi pelo despeinado al despertar...